José Manuel Pozo Indiano
EDP.Editores
Sabíamos bien que Santo Domingo es tierra de caña de
azúcar, de excelente tabaco y de bonitos merengues, sí, es
tierra de buen ron, de playas con blancas arenas, de
hermosas mujeres que viven al acompasado ritmo de la
salsa, y de antiguas casas que albergan un sinfín de variopintas
creencias y culturas.
Santo Domingo es el alma de un pueblo que por encima de todo es capaz de amar la vida, el aire que respira, el suelo que pisa… y mucho,
mucho más.
Fue el aventurero Cristóbal Colón quien por primera vez
se atrevió a surcar los mares más allá de Finisterre, con el
deseo de conseguir las preciadas especias que hacían
ricos a quienes las transportaban.
Hoy, más de quinientos años después, a través de Iberia, que es el cordón umbilical aéreo que nos une, llegaba nuestra expedición y como tantas otras con el interés por su historia, su naturaleza, su gente…
Aterrizamos en el aeropuerto de las Américas, después
casi ocho horas de vuelo, algo cansados pasamos por los
reglamentarios controles, para seguidamente enlazar con
los autobuses que nos trasladaron al lujoso hotel, situado
al este del país, en la zona de Punta Cana, donde nos recibieron
a ritmo de merengue. La noche estaba muy avanzada
y después de una suave y reconstituyente cena buffet,
cada cual se fue retirando para buscar el deseado descanso.
Al siguiente día, con la energía recuperada y el espíritu
sosegado tomamos contacto con el lugar a plena luz y a
más de uno nos sorprendió agradablemente las instalaciones
del hotel, con sus amplios y bien dispuestos jardines,
exornado por una abundante vegetación tropical, con el
acompañamiento de una exótica y a la vez doméstica
fauna que le añadía su bonito color. Este espléndido paraje
nos conducía a una idílica playa de magnífica arena
blanca que se funde con el azul turquesa de unas aguas
tranquilas, ideales, rodeadas de empinadas palmeras con
sus verdes cocos… claro y como el día era libre, cada cual
se marcó su ritmo; unos se tumbaron al sol en la playa para
descansar y relajarse en un ambiente de serena tranquilidad,
otros paseaban y no faltaban aquellos que participaban
directamente en la animación musical o los que preferían
recibir el relajante y terapéutico tratamiento muscular
de las simpáticas masajistas. Y como el clima caluroso se
impone, casi todos buscábamos las “vitaminas” tropicales
como el refrescante además de muy solicitado “coco loco”.
Por la noche el ritmo caribeño marcó la pauta con las
expresiones de sus impresionantes espectáculos y
después cada uno se buscaba su propia diversión.
Y tras la noche, las primeras claras del alba, pronto,
muy pronto amaneció, era la mañana del último miércoles
del mes de Julio; en el programa correspondía la excursión
a Isla Saona. Después del buen desayuno buffet, partimos
en los respectivos autobuses. En el trayecto se hizo un alto
breve ante la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia ,
en la población de Higüey (que significa en voz nativa,
amanecer).
José Manuel Pozo Indiano
EDP.Editores
Y de nuevo continuamos el camino hasta llegar
a una pequeña playa, lugar destinado para el embarque, y
a través de unas lanchas a motor iniciamos la travesía
deslizándonos sobre una mar en clama de verdiazules y
acristaladas aguas de únicas transparencias, bajo un bonito
cielo y un sol abrasador, en el aire las fragatas con sus
vuelos dibujaban finos y garbosos arabescos y los pelícanos
con gran oficio se buscaban el sustento, al fondo las
palmeras con sus agraciadas inclinaciones besaban suave
y cadenciosamente las azuladas aguas.
Con este paradisíaco marco, arribamos en la mencionada
isla, como lo hiciera Colón en su tercer viaje, que por
cierto, la llamó Savona, por el parecido que le encontró con
la ciudad italiana próxima a Génova, luego los nativos la
definieron definitivamente como Saona. Fueron unos
momentos conmovedores pisar aquellas mismas arenas
por las que anduvieron nobles, hijosdalgos y aquellos que
se distinguían por los altísimos valores de la nobleza, la
honradez y la lealtad. También por allí anduvieron bucaneros,
piratas y mercenarios, todos buscadores de fortuna…
Nosotros conseguimos encontrar el tesoro natural de un
paisaje único, realidad que ninguna postal supera.
Y con el aroma suave y a la vez penetrante, nunca falto
del sabor amerengado de un ritmo electrizante, pasaron los
dos siguientes días en esta isla de Quisqueya, como la
llamaban los indios Taínos. Cada cual se expansionaba a su
gusto, había quien empleaba el tiempo en las compras de
pinturas naif, figuras en buenas maderas de guayacán,
puros, ron, larimar, ámbar con sus insectos fosilizados y
otros típicos objetos
Continuará
Jose Manuel Pozo Indiano
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