Cuida tu salud naturalmente.

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Conde Indiano

domingo, 10 de agosto de 2014

Caminar por la historia,... otra pasión. José Manuel Pozo Indiano


Bizancio, Constantinopla, Estambul, tres nombres para definir a una ciudad que fue capital de los Imperios Romano y Otomano. Es por tanto una ciudad que aún perteneciendo al pasado, conserva en el presente todo su esplendor.





Comparando a la ciudad de Estambul con una persona, se diría
que es un anciano, que ha pasado su juventud y su madurez,
y a pesar de todo, su rostro aún conserva amablemente la
sonrisa de alguien que ha sobrevivido a su propia vida.
Estambul tiene un sabor exótico.


Una mezcla de chaqueta y corbata y ”shador”. Es el faro de Oriente, un escenario para mirar y amar. Impresionante, el mar de Mármara refleja el colorido y la majestuosidad de la vieja Constantinopla, una pasión
cercana.


Al pisar tierra en el aeropuerto de Atatürk, la primera impresión
no resulta chocante. Por allí van y vienen entremezcladas,
mujeres cubiertas de los pies a la cabeza con túnicas y shador
con otras, con elegantes trajes a la moda o con unos vaqueros
y una sencilla camisa. Hombres de tez morena ataviados con
chilaba y babuchas con otros embutidos en trajes de corte
europeo anticuados y ejecutivos de aspecto impecable, tocados
con corbatas llamativas, maletines de marca en su mano
derecha y teléfonos móviles, en la izquierda.



Es difícil misión explicar una realidad inefable y colosal como
ésta. La llamada Nueva Roma ha sido a lo largo de los siglos
capital de un imperio cristiano y de otro musulmán, lo que justifica
que no presente una seña de identidad uniforme. Es al
mismo tiempo una urbe occidental y oriental, europea y asiática,
asomada al estrecho del Bósforo que comunica, a su vez,
el Mar Negro y el mar de Mármara.
Esta configuración explica que Estambul acoja un ingente
número de monumentos, palacios, mezquitas, antiguas iglesias...
de distintas épocas y estilos que le dan una impronta, un
empaque único. “Tierra es, pues, Constantinopla la de la armonía
más perfecta, redonda y ondulante ante la vida y penetrada
de fulgores infinitos”, escribió Alí Bey el Abasí un catalán del
siglo XIX llamado Alfonso Badía, que tras recorrer el mundo
arábigo acabó convirtiéndose al islamismo.



La pluralidad de su patrimonio histórico-artístico la convierte en
un puzzle perfecto. Las piezas –sus monumentos, edificios,...
de gustos muy diversos- se ensamblan perfectamente, todos
ellos configuran una ciudad heterogénea fascinante y seductora.



Estambul, ciudad singular donde Oriente encuentra a Occidente,
convirtiéndola en el punto de encuentro entre ambas culturas.
Y hasta me atrevería a decir, que fue creada para recreo perpetuo
de nuestra vista, fascinando siglo tras siglo a cuantos la
visitan, como me ocurrió a mí, que tan embelesado quedé que
no he podido evitar relatar mi propia experiencia.



Para mí, Estambul es como el decorado de un teatro que
requiere de una iluminación y una perspectiva adecuada, pero
con la diferencia de que ella la tiene de forma natural.
Sus alminares, que apuntan al cielo como flechas vibrantes,
impulsados se diría por el genio y la fe de su artífice, adquieren
al atardecer una dimensión casi onírica. El sol que lo incendia
confiere al paisaje una grandeza única, envolviendo a la
ciudad con un vaho de realidad.




Viví momentos inolvidables, como la “llamada al rezo”, que me
invitaba a pasar a la Mezquita azul, que es el símbolo moderno
y uno de los más encomiables ejemplos de la arquitectura
Otomana, única en el mundo con seis minaretes donde se hace
difícil describir la excelente policromía de sus vidrieras.



Los sultanes la emplearon para las declaraciones religiosas de
mayor importancia. Aquí comenzaba la peregrinación a la
Meca.
Es la única que tiene 6 minaretes y contiene 260 ventanas con
vidrieras policromadas, su cúpula central tiene una altura de
43 m y 23,5 m de diámetro.



Los sultanes la emplearon para las declaraciones religiosas de
mayor importancia. Aquí comenzaba la peregrinación a la
Meca.
Es la única que tiene 6 minaretes y contiene 260 ventanas con
vidrieras policromadas, su cúpula central tiene una altura de
43 m y 23,5 m de diámetro.



También pude admirar la famosa Santa Sofía, extasiado ante
una de las grandes maravillas del mundo, decidí profundizar un
poco en su pasado. Cuentan que cuando el emperador romano
Constantino mandó poner en su lábaro la Cruz de Cristo y
publicó el Edicto de Milán (313 de nuestra era) algo muy
profundo cambió en la civilización de Occidente. El Imperio que
invadido por los bárbaros moría con sus dioses, iba a resucitar
cristianizado en la nueva Roma de Oriente: Constantinopla.
En la antigua Bizancio de origen griego, orilla occidental del
Bósforo (ese Gibraltar de oriente que separa la Europa grecoromana
del continente asiático), se levanta la monumental y
actual Santa Sofía, en honor de la Sabiduría Divina. Edificada
por el emperador Justiniano, sobre las ruinas de una iglesia
primitiva, fue inaugurada en el año 537. Su basílica se considera
como una obra maestra del nuevo arte bizantino.


Desde el principio fue considerada prototipo de un nuevo estilo,
dentro de lo bizantino, y ejerció una gran influencia en la
posterior arquitectura y ornamentación de Oriente y Occidente.
18
Colegiación
Los arquitectos de Santa Sofía, Artemio de Tralles e Isidoro de
Mileto fueron los creadores de esta magnificencia. Es impresionante
la cúpula de ladrillos ligeros -construida en Rodasinstalada
sobre pechinas triangulares y la decoración de los
capiteles, arcos y muros con mosaicos y pinturas que dan al
interior una sensación de encajes, valorados aún más, por la
magnífica iluminación que proyectan sobre la bóveda las
cuarenta ventanas que rodean la base de la cúpula. Me
comentaron, que en su construcción intervinieron más de diez
mil artesanos y que su planta es rectangular, con una superficie
de 94 x 72 m. La altura de la cúpula es de 55 m y 31 m de
diámetro.


Son admirables los mosaicos que representan figuras humanas,
como el de la
Virgen y el Niño sobre el tímpano de la puerta principal, uno de los pocos salvados de la acción destructora de la herejía iconoclasta del siglo VIII.
Después de diez siglos de resistir asedios de uno y otro lado del Bósforo, Constantinopla fue ocupada por los turcoislámicos, que vencieron la resistencia del último emperador cristiano-romano de Oriente, Constantino XIII, muerto al frente de sus tropas en la defensa de la ciudad en el
año 1453. Entonces Santa Sofía se convierte en mezquita y el
arquitecto turco Sinan levanta en torno a la basílica esos cuatro
minaretes que en la actualidad rodean su noble estructura cristiano-
bizantina.


Son admirables los mosaicos que representan figuras humanas,
como el de la
Virgen y el Niño sobre el tímpano de la puerta principal, uno de los pocos salvados de la acción destructora de la herejía iconoclasta del siglo VIII.
Después de diez siglos de resistir asedios de uno y otro lado del Bósforo, Constantinopla fue ocupada por los turcoislámicos, que vencieron la resistencia del último emperador cristiano-romano de Oriente, Constantino XIII, muerto al frente de sus tropas en la defensa de la ciudad en el
año 1453. Entonces Santa Sofía se convierte en mezquita y el
arquitecto turco Sinan levanta en torno a la basílica esos cuatro
minaretes que en la actualidad rodean su noble estructura cristiano-
bizantina.


Terminé la visita y me dirigí a un Restaurante del mismo Palacio,
donde pude degustar la sabrosa comida turca.
Tras la sobremesa, decidí dar un paseo y me dejé llevar por un
sinfín de calles hasta desembocar en el concurrido “Puente de
Gálata”, desde el que pude observar todos los detalles y movimientos
de sus gentes: la inexpresividad de sus caras, siluetas
con gabanes raídos que surgen y se pierden en las brumas,
rostros sin afeitar, miradas corsarias, cigarrillos extintos en la
comisura de los labios, rasgos duros, cejas tenebrosas, el
sempiterno bigote en todos los hombres y en general, toda la
viveza de ademanes y gestos, muy característico de estos
pueblos.


José Manuel Pozo Indiano.
EDP . Editores


Después de haberme confundido en este gran trasiego humano,
busqué la orientación adecuada y lentamente regresé al
Hotel.
Al siguiente día, fui de compras al típico Gran Bazar, donde
sintonicé rápido con el “regateo”, todo un arte que llevan a
cabo sus enérgicos y perseverantes vendedores. Me dieron la
bienvenida en una de sus tiendas invitándome al tradicional
té, constituyendo ese el punto de partida para empezar las compras en este
i m p r e s i o n a n te recinto, que posee una variadísima gama de objetos.
El Gran Bazar es el reino de lo posible y lo imposible, y en él, todo tiene cabida.

Constantinopla...su historia, arte,exotismo, color, visto desde el abigarrado mundo del ya referido Gran Bazar a la serenidad de la mezquita Azul, desde la magnificencia de Topkapi a la danza del vientre en una apasionante noche de ensueño. Al final queda la historia, la memoria, mi memoria, mi pasión,...la vida.
Pasar por la vida sin pasión es, cuasi como no haber vivido, la vida sin pasión no sabe a vida.
Y por último lo inevitable. El regreso.
Atrás quedaban unos días bellísimos que hacían dolorosa la
marcha. Atrás, la imagen imborrable de aquellos minaretes al
atardecer, asomándose sobre la ciudad; el aroma del té transportado
por la dulce brisa; el paseo en barco por el Bósforo, el
Palacio de Dolmabahce, donde todos los relojes marcan la hora
en que murió Atatürk. Y atrás quedaba el acertadamente llamado
“cuerno de oro”, parte del Estrecho que parece de referido
metal al ser bañado por los agonizantes rayos del sol del atardecer.
Estambul. Se siente aún desde la distancia. No hay más que
cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma.

José Manuel  Pozo Indiano




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