Cuida tu salud naturalmente.

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Conde Indiano

lunes, 12 de mayo de 2014

“Cáceres una sombra augusta de silencios “. José Manuel Pozo Indiano

Corazón monumental que late a un ritmo cadencioso
en una urbe donde todavía se puede escuchar el
silencio.

El silencio parece una eternidad y las eternidades
–aún las que el hombre crea– duran tiempos que se
muestran inacabables. Pisar las calles de Cáceres es
como si nos encontráramos con un silencio de siglos,
arraigado y perenne, metafísico y deshumanizado.



Tanta es su grandeza que no podemos creer que el
hombre haya habitado estas mansiones, sino que un
ave gigantesco e imposible cierne con sus alas las
luces del cielo y ensordina las palabras de nuestro
descanso.




En Cáceres parece que el hombre no ha existido,
como si el prodigio pudiera levantarse sin la presencia
humana. Se ha creado un mundo insólito de sordina y
acallamiento donde en cada rincón de piedra parece
estar dormido un secreto. Porque sólo en el silencio
descansan las grandes cosas, silencio de granito y del
recoveco, de la reja y de la torre airosa. En Cáceres se
es más dueño del tiempo, las horas parecen dilatarse
en el tiempo y el estrés no existe. Cada vez que vuelvo
a Cáceres me recreo en horadar con la mirada y
luego vivir en el recuerdo aquello que la memoria con
delicado mimo fue recogiendo en el zurrón del alma,
para en su día trasladarlo a ese privilegiado lugar
donde eternamente viven aquellos instantes cuasi
etéreos.


Cáceres es una sombra augusta de silencios pero
con el palpitar de la vida y no con la quietud de la
muerte, pues el silencio es una maravilla de vivir,
acaso la más bella y la muerte el acabamiento. En una
página de Butler consta algo bien sabido: el silencio es
la virtud que nos hace agradables a los demás, o si se
prefiere aquel enunciado de Chancer que nos dice, la
charlatanería es abominable a los ojos de Dios. Demasiadas
palabras para una ciudad sin palabras.


Cáceres es simplemente la presencia desnuda de
una creación; todo lo demás sobra.
Los medievales decían que el nombre hace al
hombre, puro nominalismo que ahora nos va a valer.
Cáceres enmudeció y el silencio señoreó en sus
piedras. Pero como en un poema quedó el nombre. El
nombre que no todos supieron identificar y que sin
embargo valía para definir aquella ciudad de la que
nada sabemos. Se llamó Castra Cecilia. Era una
premonición para regalar a los siglos, el campamento,
la fortaleza. Pero Cecilia, hermoso nombre en la Vía
Apia Antigua, de Metelo, de Santidad en las catacumbas.
Silencio augusto. Cáceres y con el silencio vino elolvido. Escribió Don Miguel Asín la toponimia árabe
de nuestra península y se descuidó de estos alcázares.
Silencio siempre.



Pero Cáceres vivió en su silencio. Y en él siguió
viviendo. Treinta torres albarranas la custodiaban:
eran las torres fuertes que mantenían la defensa y
servían de atalaya para que el silencio no fuera perturbado.

Era el reposo que la ciudad exigía no sólo para
vivir el presente, sino para preguntar por el futuro. Ver
la ciudad a vista de pájaro es sobrecogedor. Cigüeñas
de la longevidad que a los dos mil años empiezan a
envejecer como estas piedras. Silencio y eternidad,
como las aves que pueblan este cielo intenso de
piedras doradas. Pisar las losas de Cáceres es sentir el
murmullo del silencio. Silencio que se hace fascinante
en esos amaneceres… a los que Cáceres nos tiene
acostumbrados, donde…


Helios besa la nube
de púrpura y oro,
mientras guarda el tesoro
de matices albinegros
con refrenados vuelos
en casonas centenarias,
con esquistosas pizarras
de indianos descubrimientos
hicieron crecer el abolengo
de la Cáceres milenaria.
Es como entrar en el hechizo de una ciudad de cuento
maravillosa contra la que un hada mala hubiese lanzado
su maleficio –en este caso, beneficio– para mantenerla
dormida durante siglos, así Cáceres ha permanecido
encantada a lo largo de varios centenares de años para
resurgir intacta, con todo su esplendor, como un pedazo
de aquel siglo de oro transplantado a nuestra época,
donde no hay cámara que se resista ante tanta belleza.

Doradas sus piedras bajo el sol del mediodía o de noche
cuando la clara luna la platea y la envuelve en un frío y
misterioso silencio, es captar una imagen que difícilmente
se puede olvidar. 

José Manuel Pozo Indiano
“ Dónde la historia se hizo piedra y la piedra silencio”
Revista Colegiación Abril 2011



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