Cuida tu salud naturalmente.

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Conde Indiano

jueves, 22 de mayo de 2014

“Miro a Cáceres y la recuerdo como a ese gran amor que se instaló discretamente para siempre, en uno de los baúles del alma,”- José Manuel Pozo Indiano

Todo el esplendor del pasado en el
presente. La sorpresa es algo consustancial
a quien por primera vez visita
Cáceres; y lo es porqué una parte de
su caserío forma parte de un casco antiguo
monumental, por cierto de los
mejores conservados de Europa.



Ahora permítanme añadir algo más de
azúcar, eso sí, ajustándome a la realidad
de sus incomparables encantos;
todo un placer para deleite ante la contemplación
de tanta belleza, ora a la
tibia luz de la luna, ora cuando los
rayos del sol reverberan en el noble
granito de sus monumentos, un conjunto
presidido por el equilibrio y la
austeridad no exento de un gusto exquisito.



Cáceres es una ciudad donde la
historia…siempre la historia, se hizo
piedra, y cuentan estas piedras que el
área hoy ocupada por el antiguo barrio,
sirvió de asiento a un castro celtibérico.
Incluso existe una moderna
hipótesis que sitúa en tal lugar a Castra
Servilia, hasta la fecha no localizada
y que pudo tomar su nombre del
pretor Quinto Servilio Cepión, quien
en lucha contra los lusitanos llegó
hasta estas tierras, después sería destruida
por los bárbaros. Los árabes al
reconstruirla la llamaron Quarzi, de
cuyo nombre derivará la actual Cáceres,
y alzaron las murallas que aún
perduran.



Fue en el año 1227 bajo el
reinado de Alfonso IX de León,
cuando la villa se incorpora al Reino
de León, pero sería casi tres siglos
después, bajo el reinado de los Reyes
Católicos, cuando con el descubrimiento
de América, Cáceres se incorpora
a la gran gesta hispánica, así
surgirá la monumental ciudad de palacios,
iglesias, casas solariegas,… todo
impecablemente conservado donde
predominan los siglos XV y XVI, sin
que falten recuerdos más añejos como
la bella torre de Carvajal, almohade de
siglo XIII, las murallas musulmanas,
con sectores de origen romano, etc.



Afortunadamente permanecen en pie
doce de las treinta torres albarranas
que protegían el recinto, entre las que
destacan la llamada Redonda (aunque
su planta es octogonal), del Púlpito, de
la Yerba, del Postigo de Bujaco –degeneración
del término Almohade Abu
Jacob-… y el Arco de la Estrella.



Cáceres en definitiva; Cáceres es
como las mujeres hermosas y los trenes
cuando pasan: nunca es indiferente,
siempre nos parece distinta, la
miremos desde donde la miremos,
cuando le miramos ¿Quién se atreve
a situar a Cáceres dentro de una luz
determinada. Si atardece porque atardece;
si amanece porque amanece; si
la miramos llena de sombras del día,
porque la sombra; si la observamos
desnuda bajo la luz total del mediodía,
porque desnudas. Como mujeres
hermosas que siempre tienen un perfil,
un algo al andar, una ropa o un aire
que les renueva siempre que las miramos.



Cáceres, sin moverse, sin enmendarse,
ya tiene para que nos pasemos
la vida rodeándole de miradas que
vayan describiéndole nuevos perfiles.
Multiplicada en perfiles, siempre doy
con la belleza te mire como te mire
Cáceres limpia, cerrada señorial, buen
gusto, hay que tratarla, y quererla con
mimo, como el que cuida un buen recuerdo
y lo mejora cuanto más lo
evoca.



Cáceres es lo más parecido a la
hermosura humana. piedra, rodeada de
la mirada de erguidas torres, del cielo
de cristal. Austera belleza imposible
de andarla sin mirarla, sin ir dejándole
todo lo nuestro, rendidos a su encanto,
a sus impresionantes calles, a sus esquinas
donde el viento hace una labor
de escultor. Miro a Cáceres y la recuerdo
como a ese gran amor que se
instaló discretamente para siempre, en
uno de los baúles del alma, y ahí
sigue.


Capital para tantos indianos nobles
de cuna y de trato, en aquellos ya lejanos
tiempos ofrece hoy al viajero, la
magia de su arquitectura, con la imagen
perfecta de un pasado espléndido,
en el corazón mismo de la vieja Extremadura,
difícilmente olvidable,
como aquel sobrio poema de la pucelana
María de los Ángeles Rebolleda
Herrero, excelente amiga y brillante
escritora, que así la describía al compás
de sus estrofas:



Acariciaba la lluvia los álamos
en el dorado otoño del paseo,
purificando las hojas prendidas
a sus troncos semidesnudos y secos.
Y el aire en su seno mecía
entre sombra y soledad,
la última palabra inexpresiva
del poeta “Gabriel y Galán”.
¡Que tarde la de aquel día!
Unos ojos buscan respuestas imposibles
en las piedras, en una tarde de
noviembre tardío, bajo un plomizo
cielo bordado con vuelos de cigüeñas
todo envuelto en una tenue luz que
buscaba claridades… luces que mi
amiga convirtió en resplandores, en su
andar despacio, muy despacio acariciando
el suelo en cada paso, y supo
captar en sus expresivos ojos cada detalle
en los que recreaba la mirada, …
luego vino lo demás, mojó la pluma en
el corazón y plasmó la historia con el
lirismo de sus exquisitos trazos.
Acariciaba la lluvia los álamos
en el dorado otoño del paseo,
purificando las hojas prendidas
a sus troncos semidesnudos y secos.
Y el aire en su seno mecía
entre sombra y soledad,
la última palabra inexpresiva
del poeta “Gabriel y Galán”.
¡Que tarde la de aquel día!
Unos ojos buscan respuestas imposibles
en las piedras, en una tarde de
noviembre tardío, bajo un plomizo
cielo bordado con vuelos de cigüeñas
todo envuelto en una tenue luz que
buscaba claridades… luces que mi
amiga convirtió en resplandores, en su
andar despacio, muy despacio acariciando
el suelo en cada paso, y supo
captar en sus expresivos ojos cada detalle
en los que recreaba la mirada, …
luego vino lo demás, mojó la pluma en
el corazón y plasmó la historia con el
lirismo de sus exquisitos trazos.

José Manuel Pozo Indiano



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