Antonio
Pozo Indiano
En pleno siglo XVI,
Felipe II estableció, por un Edicto Real, la jornada de ocho horas: «Todos los
obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarán ocho horas al día,
cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas serán distribuidas por
los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el
ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que
falten a sus deberes».
Felipe II fue un monarca extremadamente riguroso con cada
aspecto de su reinado. Capaz de entretenerse en el reparto de celdas de los
monasterios que así se lo requerían, discutir sobre teología con el mismísimo
Papa, organizar sobre plano las defensas del Caribe español o
supervisar cada detalle de su obra magna, el Real Monasterio de El Escorial,
como si fuera el jefe de obras. El elevado gasto económico de este palacio
monumental no fue nada en comparación con el coste de oportunidad que tuvo el
mantener al Rey de la Monarquía más extensa y poderosa de su tiempo entretenido
tantos años en labores de constructor.
Juan Bautista de Toledo
El Escorial fue el sueño de juventud de un
monarca aficionado a la arquitectura y obsesionado con supervisar cada detalle
de las obras.
Los planos de la octava maravilla del mundo los realizó Juan Bautista de Toledo, su arquitecto mayor, y más tarde continuó
su construcción el famoso Juan
de Herrera, pero siembre bajo su estricta
supervigilancia. La construcción de El Escorial estuvo estructurada de tal modo
que cualquier cambio que los aparejadores realizaran en los planos originales,
por muy leve que fuera, debía ser antes consultado al Monarca. El sistema
generó una lenta cadena de montaje donde todos los trabajadores manejaban
las mismas trazas, de tal modo que se consiguió la uniformidad tan
característica del edificio.
Durante las obras, Felipe II se atrevía a
discutir con los arquitectos si algo no le gustaba, por muy técnico que fuera
la disputa. Se cuenta por anécdota incierta que, al ver en los planos la forma
del techo de la cripta que está bajo el panteón de los reyes, llamó al arquitecto y le dijo:
—Para evitar que este techo se derrumbe habrá
de poner una columna en medio.
—Está calculado para sostenerse sin columna,
majestad.
—¡Imposible! Os digo que os veréis obligado a
ponerla…
Tras 21 años las obras terminaron de forma
oficial en septiembre de 1584 con la apertura de la basílica, aunque se
alargaron por diez años más en otras estancias. A la vista de todos, Felipe II
lloró mientras asistía a la consagración de la basílica, después de la cual los
obreros empezaron a desmantelar los andamios y las grúas de madera. Terminada
la construcción, el rey vio que el techo de la cripta estaba sostenido por una
columna y se regodeó de su acierto con Juan de Herrera:
—Tuve razón al deciros que haría falta una
columna.
—Sí, majestad.
Y Herrera, al decir esto, se acercó a la columna y la apartó de un
puntapié. Era de cartón y no sostenía nada.
De ser cierta la anécdota aquella columna
era lo único de mentirijilla en El Escorial. El obrero mayor del templo calculaba que
el Rey había gastado seis millones y medio de ducados en los 35 años necesarios
para finalizar por completo la edificación. Sin embargo, esta cifra, que
representaba más de los ingresos de Castilla durante todo un año, se queda
corta respecto a las estimaciones de otros contemporáneos de Felipe II. El
belga Jehan Lhermite elevaba el precio de El Escorial hasta
los 9 o 10 millones de oro y señalaba que «a Su Majestad no le gustaba que se
supiera a ciencia cierta el valor preciso y concreto de la obra».
Mano de obra para su palacio
En la obra trabajaron de ordinario «1.500 oficiales de la construcción, y
otros tantos peones, 300 carros de bueyes y mulas» que cobraban 10.000 ducados
al mes. Las condiciones laborales estaban fuera de lo común en aquella época, y
en otras posteriores, pues para el Rey la calidad y bienestar de la mano de
obra era otro detalle importante para cumplir su obra divina. Recomendó sobre
el trato a los obreros «que no los sacasen de su paso e hicieran de modo que lo
que ganasen, más pareciese donativo que jornal».
En pleno siglo XVI, Felipe II estableció,
por un Edicto Real, la jornada de ocho horas: «Todos los obreros de las fortificaciones
y las fábricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por
la tarde; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más
conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar
de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes». Los trabajadores de El Escorial recibían diez días de vacaciones al
año, percibiendo íntegro el salario, y tenían derecho a recibir media paga si
resultaban heridos en las obras:
«Si el trabajador se descalabrase que se le abone la mitad del jornal
mientras dure la enfermedad».
En el reinado de Felipe II se extendieron
estas mismas condiciones laborales también a los indígenas americanos, que
contaban con una legislación propia y se organizaban en «repúblicas de indios»
donde elegían ellos a sus alcaldes. En el libro «Código del trabajo del indígena americano» (Ediciones Cultura Hispánica), el
historiador y académico Antonio
Rumeu de Armas recuerda que las Leyes de Indias
garantizaban la jornada de ocho horas, repartida en cuatro y cuatro horas «para
librarse del rigor del sol». Con la salvedad de aquellos que trabajaran en las
minas, cuya jornada se reducía a siete horas «desde las siete de la mañana
hasta las cinco de la tarde, para que se conserven mejor» los indios.
El historiador recuerda, además, que eran
los virreyes, presidentes y gobernadores americanos quienes debían señalar
sobre el terreno las «horas [de trabajo] en que se hubieren de ocupar [los indios] cada día, con atención a sus pocas
fuerzas, débil complexión y costumbre en todas las repúblicas bien ordenadas».
Es decir, sin caer en los abusos físicos.
El país donde se impuso primero por ley
Siglos después de aquella legislación
laboral que Felipe II impulsó de forma pionera, aunque con limitación a los empleados
bajo su cargo, España también protagonizó un hito relacionado con la jornada de
ocho horas. En 1919, se convocó una huelga en Barcelona contra la
eléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro, de la que la entidad bancaria Canadian
Bank of Commerce of Toronto era su principal accionista, por el despido de ocho
trabajadores por iniciar un sindicato independiente.
Los paros se prolongaron durante 44 días y lograron paralizar más de la mitad
de la industria catalana en lo que terminó por ser una huelga general.
Finalmente, la empresa acabó cediendo mejoras salariales, la readmisión de los
despedidos y la firma del primer decreto que comprometía al Gobierno a
establecer una jornada máxima de ocho horas al día o 48 a la semana.
El liberal Conde de Romanones,
accedió temeroso de la oleada comunista que se cernía sobre Europa a firmar un
decreto que convirtió a España en el primer país en establecer por ley a todos
los sectores la jornada de ocho horas
El presidente del Gobierno, el liberal Conde de Romanones, accedió temeroso de la oleada comunista
que se cernía sobre Europa a firmar un decreto que convirtió a España en el
primer país en establecer por ley a todos los sectores, y de forma efectiva, la
jornada de ocho horas.
El 3 de abril fue cesado en el cargo y sustituido por el
conservador Antonio Maura.
César
Cervera
Diario ABC 8-5-2019
HEMEROTECA DEL CONDE YNDIANO DE
BALLABRIGA
El Mango mejora nuestra calidad de vida
El
mango es sobre todo una fruta con un gran poder antioxidante, pues posee
cantidades significativas de los 3 nutrientes antirradicales libres más
importantes: vitaminas C y E y betacaroteno (provitamina A).
Fruto del
árbol Mangifera
indica, de la misma familia botánica que el anacardo y el
pistacho, es originario de la región a los pies de los
Himalayas, en el noroeste de la India, aunque encontró tierra fértil en todo
el sudeste asiático, donde se cultiva desde hace más de 4.000 año. Desde allí
se ha extendido a todas las zonas cálidas del planeta de la mano de monjes
budistas y de comerciantes persas, portugueses, españoles e ingleses.
Casi todos los
idiomas han incorporado a su vocabulario una derivación de la tamil (lengua del
sudeste indio) "mangkay",
que los portugueses transformaron en "manga" y los ingleses en
"mango". Sin embargo, en la India se le conoce por el término hindi
"aam", que significa "común".
Fruta
nacional de la India
No es extraño,
pues es una fruta ubicua en el subcontinente, donde se produce tanta cantidad
de mangos como del resto de la fruta junta.
Se estima que la
India produce dos tercios de los mangos del mundo, unos 14 millones de
toneladas anuales. Es por tanto el fruto nacional y está vinculado a mil y una leyendas.
La más celebre
es la que lo relaciona con Siddharta Gautama, Buda, a quien se le representa
casi siempre a la sombra de un mango de lozanía perpetua (el árbol puede
alcanzar 40 metros de altura y 10 de anchura).
La razón es
que Buda alcanzó la iluminación bajo un mango, al
que desde entonces se conoce como "el árbol de la sabiduría" o
"bodhi".
Propiedades del
mango
El mango destaca
por el conjunto de nutrientes y sustancias antioxidantes que se hallan en su
composición.
Vitaminas
C y A
Una sola pieza
de 200 g aporta la cantidad diaria recomendada de vitamina C (unos 60 mg) y el
60% de la vitamina A, en forma de betacaroteno. El mango es una de las fuentes
más importantes de este nutriente.
Es un alimento ideal para las personas que tienen intolerancia a
ciertas frutas y verduras o que tienen el estómago delicado, y es que contiene
una enzima similar a la de las papayas que
ayuda a tener una buena digestión. Es recomendable su consumo después de las
comidas, ya que nos ayudará a agilizar el proceso digestivo.
Mucha gente siempre ha considerado el mango como un aliado para
luchar contra la caída del pelo y las enfermedades de la piel, y es que su alto
contenido en vitamina B ayuda
a que nuestra piel esté en perfectas condiciones, lo mismo que nuestro pelo que
crecerá con más fuerza. Además, es un aliado para que el metabolismo y el
sistema nervioso funcionen correctamente.
Lo podemos encontrar en cualquier frutería, y se puede comer
crudo o preparado de diferentes maneras, ya que por su sabor es un ingrediente
ideal para cualquier plato. Cuando está verde su
contenido en azúcar disminuye, por lo que es recomendable
en dietas de diabéticos. En este caso se prepara triturado como un vegetal más
en ensalada o su zumo se usa para sustituir al limón o vinagre en ensalada
porque es ácido al gusto.
Sea como sea, el mango es un aliado tanto para cuidarnos por
dentro como por fuera, y es que su semilla se usa como exfoliante, al
igual que la manteca de las semillas que se usa como ingrediente de jabones y
champú para dotar a nuestro cuerpo de los nutrientes necesarios para estar
saludable.
GRUPO DE EMPRESAS HACENDADO CONDE INDIANO
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