El color de la luz en la eternidad del paisaje y en el recuerdo
del corazón… ¡ay!, hermosas vías de Pucela, dulce como
aire de hojaldre.
Y continuamos en el tranvía de la vida por los raíles de la memoria.
Anaqueles históricos, pinturas del alma. Con meridiana
claridad mi entrañable amiga dice, que, una buena literatura es de
gran utilidad para saber defender o vender una idea, a lo que tengo
que añadir, que también lo es para: comunicar, conmover, deslumbrar,
estremecer, inspirar, enamorar, seducir…, en definitiva,
es saber convertir eficientemente la
palabra en arte, es hacer uso y manejo
adecuado de la palabra, y si
quedara escrito mejor que mejor.
Tras este reflexivo alto, continuaremos
nuestro itinerario por las arterias
de Pucela y quedaremos
subyugados ante la esplendida belleza
de sus fachadas barrocas de
San Pablo y del colegio de San Gregorio.
Decía San Agustín que hay
que tener los ojos limpios para ver
las cosas con claridad y dice mi
amiga con su impecable buen decir
-y sino se tienen limpios se hace uso
de un buen colirio- para recrear la
mirada ante Nuestra Señora de la
Antigua, fundada por el Conde Ansúrez,
primer señor de Valladolid. De la Vera Cruz , de San Benito,
de San Miguel, de las Angustias, de la Magdalena , del
Salvador y además los conventos, el palacio de Santa Cruz, la casa
del Sol, la Universidad … Y no puedo concluir este luengo viaje
sin hacer mención del singular D. Juan de Arfe, escultor de oro y
plata, nacido en León, pero fueron muchos los años vividos en la
bendita ciudad del Pisuerga, en la que dejó constancia de su buen
hacer en la orfebrería de la Custodia de la Catedral.
En tanto que esto y hablando de orfebrería quiso la buena
suerte que me viniese a la memoria la Cruz Procesional de la Colegiata
de Osuna (el pequeño Escorial), que como sabréis fue realizada
en Valladolid por Pedro de Rabadeo a finales del siglo XV,
admirable obra, pues se trata de una de las últimas cruces góticas
que se conservan en España además de una de las más importantes
por la gran riqueza de su decoración.
Un viajero de principios del siglo XX escribió: algún día volveré
a Valladolid. ¡Ojalá sea la misma!.
Tomé nota de aquel viajero y volví, era otoño tardío, hace frío,
pero frío seco, llegué desde Salamanca donde había pasado unos
días inolvidables disfrutando de sus monumentos y de una excelente
gastronomía y, sobre todo, de lo más definitivo de esta tierra:
la rigurosa cordialidad de su gente, una vez más quedé
prendado de la sencillez y la grandeza de Salamanca. Llegué a
Valladolid temprano, en la gélida estación de autobuses me esperaba
mi amiga embajadora en Pucela; allí estaba recta como un
junco, orgullosa con la bufanda del Sevilla F.C. en confesión pública
de su inclinación deportiva, de lo que puedo dar indubitada
fe, tras los respetuosos y afectivos saludos le comuniqué mi especial
interés por visitar la casa donde vivió Cervantes y la casa
donde falleció Colón. Así que, sin más dilación, para mejor rentabilizar
el tiempo fuimos directamente a la casa donde vivió Cervantes
y su familia a comienzos del siglo XVII, en el Rastro
Nuevo de los Carneros. Y así, perplejo y pensativo, en fin puesto
es esta historia que da vida a las frías piedras de la memoria, nos
trasladamos a la época del escritor; veréis…
Era Valladolid desde 1601 sede de la Corte de Felipe
III y Margarita de Austria. No sabemos que había traído aquí a
Cervantes, y su estancia fue breve de 1604 a 1606, pero coincidió
con uno de los momentos decisivos de su vida. Por el azar de un
desgraciado suceso, el asesinato de Don Gaspar de Ezpeleta, ocurrido
en la noche del 27 al 28 de
junio de 1605 delante de esta
misma casa, se sabe que fue aquí
donde vivió Cervantes junto con su
hija Isabel y con Catalina, su mujer,
sus hermanas Magdalena y Andrea,
Constanza hija de esta y una criada,
María de Cevallos.
Los documentos del proceso,
hallados a fines del siglo XVIII en
el Archivo de la Cárcel de la Corte
de Madrid, publicados en extracto
por Juan Antonio Pellicer en su edición
de El Quijote de 1797 y luego
reproducidos en 1819 por Martín
Fernández de Navarrete, permitirán
más adelante identificar la
casa, y nos dejaran de paso un relato novelesco del episodio, así
como de los entuertos y agravios que tuvo que sufrir el escritor
junto con su familia.
En esta Casa-Museo que es un homenaje al príncipe de los ingenios
encontramos una carta facsímil en la que Cervantes da
cuenta de su trabajo como recaudador de impuestos; el estrado, o
habitación dedicada a las mujeres donde trabajaban o charlaban
sentadas sobre almohadones o ruedas de esparto colocadas sobre
una tarima (costumbre de origen musulmán); el aposento, de la
estancia permite imaginar a Miguel de Cervantes escribiendo “El
Licenciado” o “El coloquio de los perros”, novelas por las que
desfilan personajes y paisajes de vida local, o corrigiendo pruebas
de imprenta de la primera parte del Quijote, publicada mientras él
vivía en esta casa , y preparando su segunda parte; unida al referido
aposento o escritorio se halla la alcoba, de reducidas dimensiones
y carente de ventilación e iluminación directas, como era
habitual en la época. La cama, con dosel y cortinas se ajusta a la
documentación en la dote de doña Catalina, esposa del escritor, y
a la tipología más usada entonces. Una pequeña estancia –la alcobilla-
que probablemente fuera utilizada para dormir, pues en el
piso convivían seis o siete personas. Y de la alcobilla al comedor,
amueblan esta sala una alacena, la mesa de comer y algunas sillas
y sillones, cuentan que en el origen sirvió de dormitorio. Y la cocina,
presenta el tipo castellano con una gran campana para la chimenea,
y bancos corridos a los lados de aspecto sobrio y acogedor
a la vez, en ella los enseres de la época: alacena, morillos, tinajas
de barro para el agua y el aceite, vasijas de cobre, candiles, cerámica…
en definitiva, la casa sin ser rica, seguramente sobrepasaría
la modestia del hogar cervantino, modestia de un gran hombre,
que dejó en sus escritos la insuperable plasticidad de su lenguaje.
José Manuel Pozo Indiano
Continuara
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