Antonio Pozo Indiano
Nuestras palabras tienen el poder de crear y el poder, también, de
destruir. El mejor ejemplo de esto lo podemos apreciar en una amistad o una
relación. Cualquier palabra fuera de lugar o que pueda generar algún tipo de
malentendido, quizás provoque la ruptura de ese vínculo.
Incluso la ausencia de las palabras puede ocasionar algún tipo de
problema. En las relaciones de pareja, sobre todo, la comunicación es sumamente
importante. Sin embargo, siempre hay algún secreto o algo que no se le cuenta a
la pareja “por su bien” y que termina derivando en una serie de conflictos muy
difíciles de abordar y superar.
Pero, el poder de nuestras palabras es mucho más poderoso. Su
capacidad de crear y de destruir también es aplicable a nosotros mismos. No
escucharnos, dedicarnos afirmaciones negativas y reprimir lo que deseamos decir
son algunas de las múltiples maneras en las que nos haremos daño, nos
sentiremos frustrados y en las que, tal vez, consigamos alimentar una baja
autoestima.
Si tú no te dedicas palabras bonitas nadie lo hará. Porque tal y
como te ves, así te verán los demás. Hemos aprendido a dedicarles estas
palabras a los demás, pero ¿qué pasa con nosotros? Parece que no sabemos darnos
el valor que merecemos, nos ponemos en un segundo lugar y esto provoca
determinados problemas. Es entonces cuando los “soy incapaz” o “no puedo” se
hacen eco en nuestra vida llegando a ser una realidad.
Reeducando nuestro vocabulario
Llegados a este punto, sería ideal reeducar, alimentar y restaurar
nuestro vocabulario. A medida que vamos creciendo y madurando vamos perdiendo
nuestra inocencia. Esto puede hacer que nuestra capacidad para crecer
disminuya. Así, empezamos a dudar de nosotros mismos, a ver lo negativo y lo
feo, en vez de lo positivo y lindo, a desconfiar antes de conocer.
Con expresiones cotidianas
del tipo “¿No hay comida?” o “¿Hay comida?” a primera vista prácticamente la
pregunta es la misma, pero en la primera ya estamos condicionando que no hay. Por lo tanto, empiezan
a surgir una serie de afirmaciones como: Soy pobre. No tengo. Soy incapaz. No
sé. Ni siquiera lo intentaré.
Si digo no puedo, es cierto
¡no puedo! Pero si digo ¡sí puedo! también es cierto porque lo dije también. A
las palabras no
se las lleva el viento, quedan enganchadas en nuestra mente y
en nuestro corazón y así van dirigiendo nuestra vida, por el camino que le
vamos indicando.
Si nuestro vocabulario es pobre y pesimista, así será nuestra
vida. Queremos abundancia, queremos paz, queremos ser felices, etc., pero con
nuestra boca declaramos todo lo contrario. Cuando la incoherencia impregna
nuestra existencia, lo que deseamos jamás llegará a cumplirse.
De nuestras palabras depende nuestro futuro, así que empecemos a
cambiar nuestra vida, cuidando las palabras que decimos y nuestra forma de
hablar. Hagámoslo como si estuviéramos rodeados de niños siempre y nuestra vida
se dirigirá por ese camino que deseamos transitar.
Las palabras no se las lleva el
viento, las palabras tienen el poder de curar o herir. Piensa bien antes de
hablar, a veces permanecer callados es la mejor opción. Habla de tal
manera que en tu alma y en la de los demás quede la paz.
EL
MALTRATO VERBAL TRAE MUERTE DE ESPÍRITU Y DE RELACIÓN.
STOP AL MALTRATO VERBAL
GRUPO
DE EMPRESAS HACENDADO CONDE INDIANO
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