Antonio Pozo Indiano
La tribu perdida en Estambul
A mitad de una larga cuesta,
en Üsküdar, se encuentra el final de trayecto de la diáspora más reservada
de las Españas. Cipreses centenarios velan como musulmanes a miles de
descendientes de aquellos que fueron expulsados como judíos. Eran o son
los sabateos.
En este cementerio de
los salonicenses, o de Bülbüldere, lo único sonoro es el nombre. El
resto es silencio, entre tumbas sin motivos islámicos –en general– y con
heterodoxos retratos en porcelana. Está desierto porque nadie quiere ser
asociado a estos conversos, cuya contribución fue decisiva para alumbrar la
laicista República Turca. O, como apuntan sus enemigos, para derrocar
el Califato –el de verdad–.
Sufismo, cábala y rezos en castellano convivieron tres siglos
entre los adeptos de Sabatai
Los sabateos estuvieron en lo
más alto de la industria, el periodismo, la política y la diplomacia, pero
desde finales del siglo pasado es como si se los hubiera tragado la tierra.
Esta tierra.
Todo empezó cuando en 1666,
uno de ellos, Sabatai Sevi, nacido junto al ágora de Esmirna, enfervorizó al
mundo sefardí al viajar a Jerusalén y proclamarse mesías. El sultán mandó encerrarlo
y luego le dio a elegir entre probar su divinidad o convertirse al islam y
salvar el pellejo. Optó por esto último, sumiendo en la decepción a muchos
acólitos. Pero arrastrando consigo a unos cientos de familias para las cuales
el marranismo no era algo nuevo y que adaptaron nombres musulmanes sin más.
A su muerte, su cuñado Yakub
Querido los condujo a Salónica –a Jerusalén de los Balcanes–, donde había una
mayoría de población sefardí que hablaba ladino, como ellos. Era el lugar ideal
para llevar una doble vida.
Pero dos judíos, tres
opiniones. En pocos años los seguidores de Sabatai se dividieron en tres ramas,
que ni siquiera se casaban entre ellas: los yakubis, los kunios (por el
apellido de su fundador, que propuso a un bebé, Osman Baba, como reencarnación
de Sevi) y, finalmente, los kavayeros, como su nombre indica, una escisión
adinerada de estos últimos.
Entre finales del siglo XIX y
principios del XX, los sabateos ya eran más de quince mil y se habían
convertido en uno de los colectivos más industriosos del imperio otomano, en el
textil, el tabaco o las finanzas. El alcalde de Salónica era uno de ellos y sus
notables frecuentaban tanto los cenáculos sufíes como masónicos. Las escuelas
más modernas del imperio eran las suyas. Mustafá Kemal, el futuro Atatürk,
estudió con ellos. De hecho, la plana mayor de los Jóvenes Turcos y luego del
Comité de Unión y Progreso salió de aquella Salónica.
Mientras los yakubis, al
mando de la burocracia, se convertían en suníes a todos los efectos –excepto un
centenar–, las otras dos sectas persistían en su sincretismo religioso, con
sufismo, cábala y plegarias en ladino y hebreo. Sobre todo los menos boyantes
kunios o karakás (cejinegros).
Sin embargo, la toma de
Salónica por los griegos, en 1913, dio al traste con su heterodoxo paraíso, que
incluía –en la primaveral Fiesta del Cordero– alcohol, soplo de velas e
intercambio de parejas.
Para más inri, en 1917, un
incendio destruyó sus barrios. Y en 1923 fueron forzados a abandonar Grecia, en
tanto que “musulmanes”, en el intercambio de población con Turquía. Su mezquita
yakubi –ahora sin alminar– se convertiría en Museo de Arqueología de Salónica .
La educación y la riqueza les
permitió situarse en Estambul y seguir cocinando “pastelikos”. Pero su
endogamia pronto fue objeto de teorías de la conspiración. Para los turcos eran dönme ,
conversos. Hubo campañas de denuncia –la más célebre, instigada por un sabateo–
por su resistencia a la asimilación. La comunidad se vio forzada a abrirse, lo
que hasta pudo ser un alivio para los poco amigos de tener que casarse entre
primos.
Sin embargo, durante la
Segunda Guerra Mundial, cuando creían que el Estado turco se había olvidado de
ellos, vieron como se les aplicaba un impuesto discriminatorio, aunque menor
que el aplicado a judíos, griegos y armenios. La república les tenía fichados,
en las mismas fechas en que los nazis exterminaban al 95% de los semitas de
Salónica. Su deportación por ser musulmanes ante la ley les había salvado la
vida y desde entonces no hubo vuelta atrás.
Hoy, incluso el autor
especializado Rifat Bali confiesa a La Vanguardia , en ladino:
“No konosko sabateanos ke pueden avlar kon jurnalistos”. El diseñador Cemil
Ipekçi es uno de los pocos que reconocen su origen sabateo, pero cuando en una
entrevista insinuó que escribiría un libro, su familia se le echó encima.
Hace veinte años, un tal
Ilgaz Zorlu fue aún más lejos, al abrazar el judaísmo. A raíz de su publicación
de Sí, soy de Salónica , reveló las raíces sabateas de tutti
quanti : desde el ministro de Exteriores Ismail Cem, al de Economía
Kemal Dervis, la ex primera ministra Tansu Çiller o la influyente esposa del
primer ministro Bülent Ecevit.
En el caso del periodismo, la
nómina había sido aún más nutrida, con directores de grandes diarios, como
Ahmet Emin Yalman, que sobrevivió a un atentado. No así Abdi Ipekçi, abatido
por Ali Agca, que luego atentaría contra Juan Pablo II. También era sabatea la
primera periodista turca, Sabiha Sertel, fallecida en el exilio.
Ser el más rico del
cementerio nunca sirve de mucho. En este del Estambul asiático, además, se nota
que los kavayeros –y sus señoras–, elegantísimos en foto, hace años que no
reciben visitas. Mientras que, entre los karakás, ¿quién puede asegurar que
ninguno susurre ya al borde del agua la plegaria en ladino “Sabatai, Sabatai,
esperamos a ti”?
JORDI
JOAN BAÑOS | ESTAMBUL, TURQUÍA.
CORRESPONSAL
17/01/2020 01:12 | Actualizado a 17/01/2020 11:14
DIARIO LA VANGUARDIA.
HEMEROTECA DEL CONDE YNDIANO DE BALLABRIGA
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