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Conde Indiano

martes, 29 de enero de 2019

29 ANIVERSARIO “El enigma tras la dimisión de Suárez: «No me voy por temor ni por cansancio»



Antonio Pozo Indiano     
                                         
El expresidente del Gobierno jamás reveló las razones de su abandono, ni en su discurso de despedida el 29 de diciembre de 1981 ni después. «Soy muy reacio a dar entrevistas»



«Suárez dimitió acosado por su propio partido»


 A las 19.40 horas del 29 de enero de 1981, Televisión Española interrumpía su programación para transmitir una alocución de Adolfo Suárez. El presidente del Gobierno aparecía sentado en la mesa de su despacho, vestido con chaqueta oscura, camisa azul celeste y una corbata azul oscura a rayas blancas. En el margen izquierdo del plano general podían verse la bandera española, un retrato del Rey y un tapiz enmarcado que representaba a una mujer. Sobre la mesa, un mechero, un cenicero y su discurso, que empezó a leer tras un rápido zoom que se convirtió en un plano medio.
«Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático. No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él. He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia», aseguraba Suárez al principio de su alocución, con los ojos húmedos y un reflejo luminoso en la frente.
Desde aquel momento crucial de la historia, un mes antes del golpe de Estado del 23-F, se han escrito ríos de tinta sobre los motivos de su dimisión. En su discurso no quedaron muy claras: «No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque las palabras ya no parecen ser suficientes y es preciso demostrar con hechos la que somos y lo que queremos», explicaba el presidente de manera ambigua. Y siguió después con la frase más controvertida de su despedida: «Como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas, y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España».


Presiones de su partido
Muchos medios de comunicación y observadores políticos achacaron su dimisión a las supuestas presiones ejercidas por determinados sectores de poder en contra de su continuidad, que consideraban en ese momento un peligro para la democracia tras cinco años en La Moncloa. Detrás de esa hipótesis aún tenía peso el hecho de que el primer presidente democrático tras la dictadura había ocupado varios cargos durante el régimen anterior (ministro-secretario general del Movimiento, director general de Radiodifusión y Televisión, gobernador civil de Segovia y procurador en las Cortes franquistas), olvidando pronto que fue él mismo uno de los responsables, quizá el principal, de traer las libertades a España.

«Suárez dimitió acosado por su propio partido», apuntaba ABC en su portada del 30 de enero, que en páginas interiores subrayaba «el golpe de efecto totalmente inesperado que ha producido su abandono. La sorpresa fue ayer el denominador común que sacudió todos los ámbitos políticos y ciudadanos de la vida española». Sin embargo, era difícil acertar con las razones reales, puesto que el presidente no las dío en su alocución ni después.

La hipótesis de que dimitió obligado por el Ejército o para desactivar un golpe de Estado en ciernes tiene poca consistencia actualmente. En los mismos días de su abandono, los círculos políticos y oficiales ya negaron cualquier tipo de presión militar. El propio Ministerio de Defensa desmintió inmediatamente esos rumores. A posteriori, y en las pocas entrevistas que concedió tras dejar la Moncloa, el propio Suárez insistió en varias ocasiones que no hubiera dimitido de haber sabido que se estaba fraguando la asonada contra la recién instaurada democracia. Él mismo lo defendió en una entrevista a TVE en los años noventa, cuando ya estaba apartado de la política activa. Nunca aclaró los motivos de su sorprendente dimisión ni, tampoco, la causa de que no mencionara al Rey en su discurso de despedida.

En este tan solo apuntó que había sufrido un «importante desgaste» durante sus casi cinco años de presidente. «Ninguna otra persona, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España. Mi desgaste personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena», declaraba, sin precisar que esa era la razón.
En los años posteriores apenas concedió entrevistas a los medios para echar más luz sobre este asunto. Antes incluso de abandonar el cargo ya era reticente a ello, tal y cómo se puede comprobar en la respuesta que dio a ABC en el verano de 1980. Una de las preguntas era: «¿Sabe por qué quería entrevistarle? Creo que es usted el gran desconocido. Los españoles no sabemos nada de Adolfo Suárez persona. Cómo se siente, cómo piensa». Y él contestó: «Quiero utilizar más los medios de comunicación. La televisión sobre todo... Porque en televisión soy responsable de lo que digo, pero no soy responsable de lo que dicen que he dicho. Tengo muchísimo miedo de cómo escriben después las cosas que he dicho. Soy reacio a las entrevistas… muy reacio a las entrevistas... Muy reacio».
Su aversión a ser interrogado por periodistas y al rifirrafe parlamentario fue obvio durante toda su vida. Incluso delegaba en sus ministros las respuestas a cuestiones tan importantes como la moción de censura presentada por el líder del PSOE, Felipe González, ese mismo año 1980. Prefería no polemizar a cargar contra sus adversarios, aunque fuera blanco de todas las críticas. Y al abandonar el poder fueron contadas las veces que habló sin reservas. De ahí que se haya especulado tanto sobre la causas que le llevaron a dimitir.
Un año después de abandonar la presidencia, el expresidente confesó a Jaime Peñafiel que, políticamente, «tenía poca capacidad de negociar, de abordar los grandes retos del Estado». Y también cuestionó la imagen que, según creía, se había transmitido de él, de político al que le importaba «el poder por encima de todo». Su sucesor, el presidente Leopoldo Calvo-Sotelo, escribió que dimitió «porque ya no era capaz de seguir inventando el futuro».
«¿Tú también vienes a pedirme dinero?»


En el libro que José Oneto publicó en 2006, «Conspiración contra un presidente» (Zeta), apuntaba muchas de las incógnitas que quedaban por despejar un cuarto de siglo después de su renuncia sobre este asunto. Barajaba varias hipótesis, aunque no se aferraba a ninguna: la presión de sus compañeros de partido, la previsible asonada del general Tejero o la supuesta pérdida de confianza por parte del Rey. ¿Qué pasó entre el sábado 24 en el Don Juan Carlos I suspendiese una cacería que tenía programada y el 29 de enero?, ¿por qué Suárez informó antes a los barones de UCD que al Rey? o ¿cuál fue la gota que colmó el vaso para que dimitiera? Todas ellas preguntas que han quedado sin respuesta.

En «Suárez y el Rey», el teólogo, escritor y periodista Abel Hernández recoge una declaración del Rey en un ámbito distendido, en el que el monarca comentó a sus interlocutores: «No hay que cambiar a Suárez, pero Suárez tiene que cambiar». A finales de 1980 y principios de 1981, la sintonía entre Don Juan Carlos y el entonces presidente no era, evidentemente, la misma. Quizá sea esa la razón de que este no le mencionara en su discurso en TVE, pero no tiene que ser la razón principal de su marcha.
En 2003, Adolfo Suárez se retiró de la vida pública después de que se le diagnosticara la enfermedad de Alzheimer. Murió el 23 de marzo de 2014. Cuando el Rey fue a verle a su casa en julio del 2008, ya muy enfermo y sin recordar nada acerca de su pasado, el expresidente solo acertó a preguntarle a Don Juan Carlos: «¿Tú también vienes a pedirme dinero?».


 Discurso íntegro de Suárez el 29 de enero de 1981:
«Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad.
Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático.
No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él.
He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.
Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento.
No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos la que somos y lo que queremos.

Nada más lejos de la realidad que la imagen que se ha querido dar de mí como la de una persona aferrada al cargo. Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios. Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación.
Yo creo saberlo, tengo el convencimiento, de que esta es la situación en la que nos hallamos y, por eso, mi decisión es tan firme como meditada.
He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente. Ninguna otra persona, a lo largo de los últimos 150 años, ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España. Mi desgaste personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.
Trato de que mi decisión sea un acto de estricta lealtad. De lealtad hacia España, cuya vida libre ha de ser el fundamento irrenunciable para superar una historia repleta de traumas y de frustraciones; de lealtad hacia la idea de un centro político que se estructure en forma de partido interclasista, reformista y progresista, y que tiene comprometido su esfuerzo en una tarea de erradicación de tantas injusticias como todavía perviven en nuestro país; de lealtad a la Corona, a cuya causa he dedicado todos mis esfuerzos, por entender que sólo en torno a ella es posible la reconciliación de los españoles y una patria de todos, y de lealtad, si me lo permiten, hacia mi propia obra.

Pero este profundo sentimiento de lealtad exige hoy también que le produzcan hechos que, como el que asumo, actúen de revulsivo moral que ayude a restablecer la credibilidad en las personas y en las instituciones. Quizá los modos y maneras que a menudo se utilizan para juzgar a las personas no sean los más adecuados para una convivencia serena. No me he quejado en ningún momento de la crítica. Siempre la he aceptado serenamente. Pero creo que tengo fuerza moral para pedir que, en el futuro, no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal porque creo que se perjudica el normal y estable funcionamiento de las instituciones democráticas. La crítica pública y profunda de los actos de Gobierno es una necesidad, por no decir una obligación, en un sistema democrático de Gobierno basado en la opinión pública. Pero el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier tipo de solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque, precisamente, pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia.
Querría transmitirles mi sentimiento de que sigue habiendo muchas razones para conservar la fe, para mantenerse firmes y confiar en nosotros los españoles. Lo digo con el ansia de quien quiere conservar la fuerza necesaria para fortalecer en todos sus corazones la idea de la unidad de España, la voluntad de fortalecer las instituciones democráticas y la necesidad de prestar un mayor respeto a las personas y la legitimidad de los poderes públicos.
Yo, por mi parte, les prometo que como diputado y como militante de mi partido seguiré entregado en cuerpo y alma a la defensa y divulgación del compromiso ético y del rearme moral que necesita la sociedad española.
Todos podemos servir a este objetivo desde nuestro trabajo y desde la confianza de que, si todos queremos, nadie podrá apartamos de las metas que, como nación libre y desarrollada nos hemos trazado.
Se puede prescindir de una persona en concreto. Pero no podemos prescindir del esfuerzo que todos juntos hemos de hacer para construir una España de todos y para todos.
Por eso no me puedo permitir ninguna queja ni ningún gesto de amargura. Tenemos que mantenernos en la esperanza, convencidos de que las circunstancias seguirán siendo difíciles durante algún tiempo, pero con la seguridad de que si no desfallecemos vamos a seguir adelante. Algo muy importante tiene que cambiar en nuestras actitudes y comportamientos. Y yo quiero contribuir, con mi renuncia, a que este cambio sea realmente posible e inmediato.
Debemos hacer todo lo necesario para que se recobre la confianza, para que se disipen los descontentos y los desencantos. Y para ello es preciso convocar al país a un gran esfuerzo. Es necesario que el pueblo español se agrupe en tomo a las ideas, a las instituciones y a las personas promovidas democráticamente a la dirección de los asuntos públicos.
Los principales problemas de España tienen hoy el tratamiento adecuado para darles solución. En UCD hay hombres capaces de continuar la labor de gobierno con eficacia, profesionalidad y sentido del Estado y para afrontar este cambio con toda normalidad. Les pido que les apoyen y que renueven en ellos su confianza para que cuenten con el necesario margen de tiempo para poder culminar la labor emprendida.
Deseo para España, y para todos y cada uno de ustedes y de sus familias, un futuro de paz y bienestar. Esta ha sido la única justificación de mi gestión política y va a seguir siendo la razón fundamental de mi vida. Les doy las gracias por su sacrificio, por su colaboración y por las reiteradas pruebas de confianza que me han otorgado. Quise corresponder a ellas con entrega absoluta a mi trabajo y con dedicación, abnegación y generosidad. Les prometo que donde quiera que esté me mantendré identificado con sus aspiraciones. Que estaré siempre a su lado y que trataré, en la medida de mis fuerzas, de mantenerme en la misma línea y con el mismo espíritu de trabajo.
Muchas gracias a todos y por todo».
Adolfo Suarez

Crestomatía del Conde Yndiano de Ballabriga

Israel Viana
DIARIO ABC  29 de Enero 2019
MadridActualizado:29/01/2019 17:26h



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