Antonio Pozo Indiano
El expresidente del Gobierno jamás reveló las razones de su
abandono, ni en su discurso de despedida el 29 de diciembre de 1981 ni después.
«Soy muy reacio a dar entrevistas»
«Suárez dimitió acosado por su propio partido»
«Hoy tengo la
responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que
me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que
presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi
decisión de dejar la presidencia de la Unión
de Centro Democrático. No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas
tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las
que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a
la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él. He llegado al
convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más
beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia», aseguraba Suárez
al principio de su alocución, con los ojos húmedos y un reflejo luminoso en la
frente.
Desde aquel momento
crucial de la historia, un mes antes del golpe
de Estado del 23-F, se han escrito ríos de tinta sobre los motivos de su
dimisión. En su discurso no quedaron muy claras: «No me voy por cansancio. No
me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me
voy por temor al futuro. Me voy porque
las palabras ya no parecen ser suficientes y es preciso demostrar con hechos la
que somos y lo que queremos», explicaba el presidente de manera ambigua. Y siguió
después con la frase más controvertida de su despedida: «Como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una
obra exige un cambio de personas, y yo no quiero que el sistema democrático de
convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España».
Muchos medios de
comunicación y observadores políticos achacaron su dimisión a las supuestas
presiones ejercidas por determinados sectores de poder en contra de su
continuidad, que consideraban en ese momento un peligro para la democracia tras
cinco años en La Moncloa. Detrás de esa hipótesis aún tenía peso el hecho de
que el primer presidente democrático tras la dictadura había
ocupado varios cargos durante el régimen anterior (ministro-secretario general
del Movimiento, director general de Radiodifusión y Televisión, gobernador
civil de Segovia y procurador en las Cortes franquistas), olvidando pronto que
fue él mismo uno de los responsables, quizá el principal, de traer las
libertades a España.
«Suárez
dimitió acosado por su propio partido», apuntaba ABC en su portada del 30 de
enero, que en páginas
interiores subrayaba «el golpe de efecto totalmente inesperado que ha
producido su abandono. La sorpresa fue ayer el denominador común que sacudió
todos los ámbitos políticos y ciudadanos de la vida española». Sin embargo, era
difícil acertar con las razones reales, puesto que el presidente no las dío en
su alocución ni después.
La hipótesis de que dimitió obligado por el
Ejército o para desactivar un golpe de Estado en ciernes tiene poca
consistencia actualmente. En los mismos días de su abandono, los círculos
políticos y oficiales ya negaron cualquier tipo de presión militar. El propio
Ministerio de Defensa desmintió inmediatamente esos rumores. A posteriori, y en
las pocas entrevistas que concedió tras dejar la Moncloa, el propio Suárez
insistió en varias ocasiones que no hubiera dimitido de haber sabido que se
estaba fraguando la asonada contra la recién instaurada democracia. Él mismo lo
defendió en una entrevista a TVE en los años noventa, cuando ya estaba apartado
de la política activa. Nunca aclaró los motivos de su sorprendente dimisión ni,
tampoco, la causa de que no mencionara al Rey en su discurso de despedida.
En este tan solo apuntó que
había sufrido un «importante desgaste» durante sus casi cinco años de presidente. «Ninguna otra persona, a lo largo de los
últimos ciento cincuenta años, ha permanecido tanto tiempo gobernando
democráticamente en España. Mi desgaste personal ha permitido articular un
sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo
de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena», declaraba, sin
precisar que esa era la razón.
En los años
posteriores apenas concedió entrevistas a los medios para echar más luz sobre
este asunto. Antes incluso de abandonar el cargo ya era reticente a ello, tal y
cómo se puede comprobar en la respuesta que dio a ABC en el verano
de 1980. Una de las preguntas era: «¿Sabe por qué quería
entrevistarle? Creo que es usted el gran desconocido. Los españoles no sabemos
nada de Adolfo Suárez persona. Cómo se siente, cómo piensa». Y él contestó:
«Quiero utilizar más los medios de comunicación. La televisión sobre todo...
Porque en televisión soy responsable de lo que digo, pero no soy responsable de
lo que dicen que he dicho. Tengo muchísimo miedo de cómo escriben después las
cosas que he dicho. Soy reacio a las entrevistas… muy reacio a las
entrevistas... Muy reacio».
Su aversión a ser
interrogado por periodistas y al rifirrafe parlamentario fue obvio durante toda
su vida. Incluso delegaba en sus ministros las respuestas a cuestiones tan
importantes como la moción de censura presentada por el líder del PSOE, Felipe González,
ese mismo año 1980. Prefería no polemizar a cargar contra sus adversarios,
aunque fuera blanco de todas las críticas. Y al abandonar el poder fueron
contadas las veces que habló sin reservas. De ahí que se haya especulado tanto
sobre la causas que le llevaron a dimitir.
Un año después de
abandonar la presidencia, el expresidente confesó a Jaime Peñafiel que,
políticamente, «tenía poca capacidad de negociar, de abordar los grandes retos
del Estado». Y también cuestionó la imagen que, según creía, se había
transmitido de él, de político al que le importaba «el poder por encima de
todo». Su sucesor, el presidente Leopoldo Calvo-Sotelo,
escribió que dimitió «porque ya no era
capaz de seguir inventando el futuro».
«¿Tú también vienes a pedirme dinero?»
En el libro que José
Oneto publicó en 2006, «Conspiración contra un presidente» (Zeta),
apuntaba muchas de las incógnitas que quedaban por despejar un cuarto de siglo
después de su renuncia sobre este asunto. Barajaba varias hipótesis, aunque no
se aferraba a ninguna: la presión de sus compañeros de partido, la previsible asonada
del general Tejero o la supuesta pérdida de confianza por parte del Rey. ¿Qué
pasó entre el sábado 24 en el Don Juan Carlos I suspendiese una cacería que
tenía programada y el 29 de enero?, ¿por qué Suárez informó antes a los barones
de UCD que al Rey? o ¿cuál fue la gota que colmó el vaso para que dimitiera?
Todas ellas preguntas que han quedado sin respuesta.
En «Suárez y el
Rey», el teólogo, escritor y periodista Abel Hernández recoge una
declaración del Rey en un ámbito distendido, en el que el monarca comentó a sus
interlocutores: «No hay que cambiar a Suárez, pero Suárez tiene que cambiar». A
finales de 1980 y principios de 1981, la sintonía entre Don Juan Carlos y el
entonces presidente no era, evidentemente, la misma. Quizá sea esa la razón de
que este no le mencionara en su discurso en TVE, pero no tiene que ser la razón
principal de su marcha.
En 2003, Adolfo Suárez se retiró de la vida pública
después de que se le diagnosticara la enfermedad de Alzheimer. Murió el 23 de
marzo de 2014. Cuando el Rey fue a verle a su casa en julio del 2008, ya muy
enfermo y sin recordar nada acerca de su pasado, el expresidente solo acertó a
preguntarle a Don Juan Carlos: «¿Tú también vienes a pedirme dinero?».
«Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un
especial sentido de la responsabilidad.
Yo creo haberla sabido asumir
dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno.
Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la responsabilidad de
explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como
presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente,
mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia
de la Unión de Centro Democrático.
No es una decisión fácil. Pero
hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de
los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta
un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a
él.
He llegado al convencimiento de
que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para
España que mi permanencia en la Presidencia.
Me voy, pues, sin que nadie me
lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha
instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este
comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el
que creo que mi patria me exige en este momento.
No me voy por cansancio. No me
voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy
por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y
es preciso demostrar con hechos la que somos y lo que queremos.
Nada más lejos de la realidad
que la imagen que se ha querido dar de mí como la de una persona aferrada al
cargo. Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y
de permanencia en el marco de unos principios. Pero un político que además
pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha
de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre
implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades
ejecutivas de la vida política de la nación.
Yo creo saberlo, tengo el
convencimiento, de que esta es la situación en la que nos hallamos y, por eso,
mi decisión es tan firme como meditada.
He sufrido un importante
desgaste durante mis casi cinco años de presidente. Ninguna otra persona, a lo
largo de los últimos 150 años, ha permanecido tanto tiempo gobernando
democráticamente en España. Mi desgaste personal ha permitido articular un
sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo
de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente
ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y
yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un
paréntesis en la historia de España.
Trato de que mi decisión sea un
acto de estricta lealtad. De lealtad hacia España, cuya vida libre ha de ser el
fundamento irrenunciable para superar una historia repleta de traumas y de
frustraciones; de lealtad hacia la idea de un centro político que se estructure
en forma de partido interclasista, reformista y progresista, y que tiene
comprometido su esfuerzo en una tarea de erradicación de tantas injusticias
como todavía perviven en nuestro país; de lealtad a la Corona, a cuya causa he
dedicado todos mis esfuerzos, por entender que sólo en torno a ella es posible
la reconciliación de los españoles y una patria de todos, y de lealtad, si me
lo permiten, hacia mi propia obra.
Pero este profundo sentimiento
de lealtad exige hoy también que le produzcan hechos que, como el que asumo,
actúen de revulsivo moral que ayude a restablecer la credibilidad en las
personas y en las instituciones. Quizá
los modos y maneras que a menudo se utilizan para juzgar a las personas no sean
los más adecuados para una convivencia serena. No me he quejado en ningún
momento de la crítica. Siempre la he aceptado serenamente. Pero creo que tengo
fuerza moral para pedir que, en el futuro, no se recurra a la inútil
descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal porque creo que
se perjudica el normal y estable funcionamiento de las instituciones
democráticas. La crítica pública y profunda de los actos de Gobierno es una
necesidad, por no decir una obligación, en un sistema democrático de Gobierno
basado en la opinión pública. Pero el ataque irracionalmente sistemático, la
permanente descalificación de las personas y de cualquier tipo de solución con
que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque,
precisamente, pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio
sistema democrático de convivencia.
Querría transmitirles mi
sentimiento de que sigue habiendo muchas razones para conservar la fe, para
mantenerse firmes y confiar en nosotros los españoles. Lo digo con el ansia de
quien quiere conservar la fuerza necesaria para fortalecer en todos sus
corazones la idea de la unidad de España, la voluntad de fortalecer las
instituciones democráticas y la necesidad de prestar un mayor respeto a las
personas y la legitimidad de los poderes públicos.
Yo, por mi parte, les prometo
que como diputado y como militante de mi partido seguiré entregado en cuerpo y
alma a la defensa y divulgación del compromiso ético y del rearme moral que
necesita la sociedad española.
Todos podemos servir a este objetivo desde
nuestro trabajo y desde la confianza de que, si todos queremos, nadie podrá
apartamos de las metas que, como nación libre y desarrollada nos hemos trazado.
Se puede prescindir de una persona en
concreto. Pero no podemos prescindir del esfuerzo que todos juntos hemos de
hacer para construir una España de todos y para todos.
Por eso no me puedo permitir
ninguna queja ni ningún gesto de amargura. Tenemos que mantenernos en la
esperanza, convencidos de que las circunstancias seguirán siendo difíciles
durante algún tiempo, pero con la seguridad de que si no desfallecemos vamos a
seguir adelante. Algo muy importante tiene que cambiar en nuestras actitudes y
comportamientos. Y yo quiero contribuir, con mi renuncia, a que este cambio sea
realmente posible e inmediato.
Debemos hacer todo lo necesario para
que se recobre la confianza, para que se disipen los descontentos y los
desencantos. Y para ello es preciso convocar al país a un gran esfuerzo. Es necesario
que el pueblo español se agrupe en tomo a las ideas, a las instituciones y a
las personas promovidas democráticamente a la dirección de los asuntos
públicos.
Los principales problemas de
España tienen hoy el tratamiento adecuado para darles solución. En UCD hay
hombres capaces de continuar la labor de gobierno con eficacia, profesionalidad
y sentido del Estado y para afrontar este cambio con toda normalidad. Les pido
que les apoyen y que renueven en ellos su confianza para que cuenten con el
necesario margen de tiempo para poder culminar la labor emprendida.
Deseo para España, y para todos y cada uno de
ustedes y de sus familias, un futuro de paz y bienestar. Esta ha sido la única
justificación de mi gestión política y va a seguir siendo la razón fundamental
de mi vida. Les doy las gracias por su sacrificio, por su colaboración y por
las reiteradas pruebas de confianza que me han otorgado. Quise corresponder a
ellas con entrega absoluta a mi trabajo y con dedicación, abnegación y
generosidad. Les prometo que donde quiera que esté me mantendré identificado
con sus aspiraciones. Que estaré siempre a su lado y que trataré, en la medida
de mis fuerzas, de mantenerme en la misma línea y con el mismo espíritu de
trabajo.
Muchas gracias a todos y por
todo».
Adolfo Suarez
Crestomatía del
Conde Yndiano de Ballabriga
Israel Viana
DIARIO ABC 29 de
Enero 2019
MadridActualizado:29/01/2019 17:26h
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