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Conde Indiano

jueves, 10 de enero de 2019

¿Dónde está la fortuna perdida de Napoleón Bonaparte?











Antonio Pozo Indiano
Según las crónicas del ejército francés, en 1812 toneladas de riquezas fueron arrojadas a un lago ubicado en Smolensk ante la presión que el contingente ruso ejercía sobre las tropas galas en retirada.

«Desde Gjatz hasta Mikalewska, un pueblo entre Dorogobouje Smolensk, no ocurrió nada notable en la columna imperial. Aunque fue necesario arrojar los despojos de Moscú en el lago Semlewo: cañones, armaduras góticas, los ornamentos del Kremlin y la cruz de Iván el Grande quedaron hundidas en sus aguas». Con estas palabras explicaba el general francés Philippe Paul de Ségur en sus crónicas cómo la «Grande Armée» se vio obligada a tirar en 1812 todas las riquezas que había saqueado durante la campaña de Rusia para poder escapar de sus perseguidores. Por desgracia para los soldados galos ir más ligeros de equipaje no les salvó del frío, el hambre y las enfermedades. Enemigos que fueron más letales en su huida que los propios rusos.

Pero estos «ornamentos» no fueron los únicos que tuvieron que lanzar al lago. Según Philippe Paul de Ségur también acabaron en el fondo de aquel lago «trofeos», «glorias» y, en general, «todas esas adquisiciones por las que habíamos sacrificado todo». Objetos cuyo peso se convirtió «en una carga para nosotros». «Nuestro objetivo no era ya embellecer, adornar la vida... sino preservarla», añadía el oficial en sus crónicas. Para el francés desprenderse de aquello fue doloroso, pero necesario. «En este vasto naufragio, el ejército, como una gran nave lanzada por las más tempestuosas de las tempestades, arrojó sin vacilación, en ese mar de hielo y nieve, todo lo que pudiera debilitar o impedir su progreso», finalizó.
Según los historiadores, aquel tesoro hundido en el lago Semlewo (en Smolensk, al oeste de Rusia) incluía además desde joyas, hasta diamantes y perlas. Así lo corrobora también el general francés Louis Joseph Vionnet en sus memorias sobre la contienda (« With Napoleon's Guard in Russia: The Memoirs of Major Vionnet, 1812», en su versión inglesa). En las mismas recuerda que, mientras exploraban las ciudades, «el ejército de Napoleón recogió todos los diamantes, perlas, oro y plata de la catedral» de Moscú y habla de la misma «cruz de la catedral de San Basilio» a la que Philippe Paul de Ségur hace referencia en sus escritos. Por lo tanto, parece que el saqueo fue tan real como los más de 250.000 muertos que costó la campaña rusa.


Igual de verdad es que todas aquellas riquezas fueron embaladas para transportarlas, durante la huida, hasta « la France». Algo que admite el mismo Vionnet en sus memorias: «Así fue como Napoleón recogió todos los trofeos que se pudieron encontrar en el Kremlin y los cargó en unos vagones». Lo que se desconoce a día de hoy es qué sucedió con este gigantesco tesoro de, según creen los historiadores, unas 80 toneladas de peso. ¿Dónde fue a parar? ¿Qué ha sido de él? Tal y como explica la cadena BBC, desde hace 200 años cientos de personas han tratado de encontrarlo buscando a lo largo y ancho del lago ruso. Y todas ellas han obtenido la absoluta nada a cambio.
Hasta ahora, al menos. Y es que, un investigador ruso llamado Viacheslav Ryzhkov afirmó la semana pasada que ha resulto, al fin, el enigma del oro perdido de Napoleón. En sus palabras, «los cazadores de tesoros han estado buscando en el lugar equivocado». Tal y como desveló al diario local «Rabochy Put que» deberían centrar sus esfuerzos en la ciudad de Rudnya, cerca de la frontera con Bielorrusia y apenas a 200 kilómetros de Semlewo. El también historiador, sin embargo, no niega que la teoría del lago sea creíble, ya que afirma que se sabe a ciencia cierta que la «Grande Armée» abandonó una gran cantidad de armas y munición en esta región. Con todo, cree que después de dos siglos es el momento de asumir que puede hallarse en otro lugar.

Campaña rusa

Este supuesto tesoro fue de los pocos premios que pudieron haberse llevado los soldados de Napoleón de su campaña rusa. La aventura había empezado en 1812, cuando Bonaparte envió a 675.000 hombres de su ejército hacia la gélida estepa del este. En principio la idea era evitar que Alejandro I atacase Polonia, pero a la postre aquel movimiento se tornó en un ataque hacia el corazón de Rusia. Un error fatal, como ya había predicho el zar en una carta enviada a principios del año anterior: «El francés es valiente, pero las prolongadas privaciones y el mal clima le desgastarán y le desanimarán. Nuestro clima y nuestro invierno lucharán de nuestro lado». La razón estaba de su lado, aunque el «Pequeño Corso» lo desconocía.


Tras varios meses de lucha, Bonaparte avanzó sobre la mismísima capital del país. Aquella que los oficiales defensores pensaban que jamás se doblegaría a sus deseos. «Napoleón es un torrente, pero Moscú es la esponja que le absorberá», llegó a decir el príncipe Mijaíl Kutúzov cuando vio a los galos frente a la urbe. Estaba equivocado. Ante el imparable avance francés, la ciudad fue abandonada en un éxodo masivo, pues apenas se quedaron 15.000 habitantes de un total de 250.000. El 13 de septiembre una pequeña comitiva le entregó, literalmente, las llaves al Emperador. La «Grande Armée» avanzó entonces decidida al grito de «¡Moscú! ¡Moscú!» para obtener su premio final. Napoleón, por su parte, se limitó a gruñir una sencilla frase: «Allí, al fin, está la famosa ciudad: ¡ya era hora!».
Napoleón entró en Moscú durante la mañana del 15 de septiembre y se instaló, como su condición de Emperador le acreditaba, en el Kremlin. Aunque, eso sí, después de comprobar que no hubiese minas. «La ciudad es tan grande como París y dispone de todo», escribió a Josefina. A pesar de los incendios provocados por los rusos, el «Pequeño Corso» dio, tal y como el mismo dijo, «el asunto por terminado». Para él, la guerra había acabado en ese momento. Un craso error ya que, aunque gloriosa, la urbe no estaba preparada para albergar las 100.000 almas que traía consigo Bonaparte. Según narra el historiador Andrew Roberts en « Napoleón, una vida», a los pocas semanas hubo que recurrir a los muebles para hacer fogatas con las que calentarse y «los soldados subsistían gracias a la carne podrida de caballo».

Saqueo en Rusia

Pero ni el frío, ni el hambre, ni los peligrosos incendios que los rusos habían provocado durante los primeros días evitaron que los soldados saquearan hasta el último rincón de Moscú. La rapiña llevó a cientos de soldados a la muerte. Se contaron por decenas los combatientes que arriesgaron (y perdieron) la vida para poder llevarse una reliquia más a casa. Y todo porque, en palabras del mismo Napoleón, se «empeñaban en saquear en medio de las llamas». «Cuando los moscovitas limpiaron la ciudad tras la marcha de los franceses, encontraron los restos calcinados de 12.000 hombres y más de 12.500 caballos», desvela Roberts en su concienzudo libro.
Philippe Paul de Ségur dejó constancia de ello en sus memorias: «Napoleón permitió el saqueo […]. Todos los soldados estaban dispuestos a luchar por las reliquias de Moscú». Vionnet también fue otro que desveló la rapiña en sus crónicas. «Mientras que yo exploraba la ciudad, el ejército de Napoleón recogió todos los diamantesperlasoro plata de la catedral», añadía. En palabras de Roberts, el robo fue de tal calibre cuando abandonó la ciudad el contingente sumó a sus filas unos «40.000 vehículos atestados con el fruto de un mes de saqueo» que decidieron cargar «en lugar de transportar provisiones». Pero, para entonces, los rusos ya habían empezado un contraataque que obligó a Napoleón a comenzar su retirada el 18 de octubre.


Así fue como, tras varios meses de luchas y avanzar sobre la misma Moscú, esta «Grande Armée» no tuvo más remedio que iniciar una retirada masiva en la que las enfermedades y el frío terminaron condenando a miles de combatientes. El objetivo era llegar al cuartel general de Smolensk, región ubicada al oeste del país y donde se encuentra el lago Semlewo. A los combatientes les habían prometido que en aquella ciudad podrían recuperar fuerzas para continuar hacia casa. Pero la realidad era que, para entonces, el caos y la desconfianza cundían entre todos los hombres. Características que retrasaban mucho al contingente.
Así lo recordaba Philippe Paul de Ségur:
«A partir de ese día comenzamos a confiar menos los unos en otros. […] El desaliento y el abandono de la disciplina se propagaron rápidamente […]. De aquí en adelante, en cada campamento, en cada camino difícil, en cada momento, alguna unidad se separó de las tropas organizadas y cayó en el desorden. Sin embargo, hubo algunos que resistieron este amplio contagio de indisciplina y desaliento. […] Estos eran hombres extraordinarios: se animaban mutuamente repitiendo el nombre de Smolensk, a donde sabían que se estaban acercando, y dónde les habían prometido que todas sus necesidades deberían ser suplidas».
«El ejército arrojó sin vacilación, en ese mar de hielo y nieve, todo lo que pudiera debilitar o impedir su progreso»
Para entender el miedo que sentían los soldados a que los rusos acabasen con ellos no hay más que leer la misiva urgente que el propio Napoleón Bonaparte envió a uno de sus mariscales poco antes de pisar Smolensk el 9 de noviembre. En ella, le instaba a llevar a cabo un ataque desesperado para evitar el desastre y que los apenas 40.000 hombres que todavía no habían fallecido pudieran sobrevivir: «En unos días podrías tener la retaguardia invadida de cosacos; el ejército y el Emperador estarán mañana en Smolensk, pero agotados tras una marcha sin descanso de 120 ligas. Toma la ofensiva, de eso depende la salvación de los ejércitos; cada día de retraso es una calamidad. La caballería va a pie, el frío ha matado a todos los caballos. Marcha, es la orden que dan el Emperador y la necesidad».
Fue en Smolensk donde, según Philippe Paul de Ségur, Napoleón ordenó a sus soldados que tiraran todas las riquezas al lago Semlewo.
«Desde Gjatz hasta Mikalewska, un pueblo entre Dorogobouje y Smolensk, no ocurrió nada notable en la columna imperial. Aunque fue necesario arrojar los despojos de Moscú en el lago Semlewo: cañones, armaduras góticas, los ornamentos del Kremlin y la cruz de Iván el Grande quedaron hundidas en sus aguas. Trofeos, glorias y todas esas adquisiciones por las que habíamos sacrificado todo se convirtieron en una carga para nosotros. Nuestro objetivo no era ya embellecer, adornar la vida... sino preservarla. En este vasto naufragio, el ejército, como una gran nave lanzada por las más tempestuosas de las tempestades, arrojó sin vacilación, en ese mar de hielo y nieve, todo lo que pudiera debilitar o impedir su progreso».

Nueva teoría

Hasta ahora, los cazadores de tesoros se habían basado en los textos de Philippe Paul de Ségur para buscar los restos de este presunto tesoro en Smolensk. Sin embargo, desde que comenzaron las pesquisas allá por 1830, no ha habido éxito alguno. Por ello, Ryzhkov baraja la posibilidad de que el relato del oficial fuera una cortina de humo. Un engaño que buscara desviar la atención del lugar de reposo verdadero del tesoro perdido de Napoleón. Su teoría, que ha saltado a los medios de comunicación hace apenas una semana, afirma que el corso envió un convoy hasta el lago Semlewo para que hiciera las veces de señuelo mientras el verdadero se escabullía hacia el sur y dejaba las riquezas en Bolshaya Rutavech.
Ryzhkov apoya su teoría en varios relatos locales que citan la existencia de un convoy en la ciudad durante la retirada de los soldados de Napoleón y un análisis del agua del lago que se llevó a cabo en 1989 y que demuestra una cantidad inusual de iones de plata. Sobre esta base, afirma que Napoleón ordenó a sus ingenieros construir una «cripta submarina» en la que dejar las riquezas hasta su posible regreso. «Con el equipo y los especialistas adecuados, podemos salvar el tesoro y sacarlo del fondo del lago», ha afirmado el experto en declaraciones a medios locales.
Pero no todos están de acuerdo con esta teoría. El veterano cazador de tesoros Vladimir Poryvayev, experto en el oro de Napoleón, ha señalado a los medios de comunicación que esta teoría debe ser rechazada. En primer lugar, ha cargado contra la idea de que Bonaparte pudiera dividir su convoy en dos y utilizar una parte como señuelo mientras huía. «Es mera ficción. Durante siglos, los historiadores y los archivistas han documentado el progreso diario de Napoleón en la campaña rusa. Es muy difícil que pudiera abandonar su ejército y llevarse con él un trozo de este “tren del oro” de 400 carros tirados por caballos», ha señalado.
Y otro tanto ha hecho con la posibilidad de que fuera llevado hasta Bolshaya Rutavech. «Es pura fantasía. Es imposible que pudiera construir una impresionante presa con unos pocos cientos de soldados de caballería en apenas unos días y, luego, levantar una “cripta subterránea” para esconder el tesoro. ¿Acaso tenían equipo de buceo?», ha señalado. En este sentido, el cazador de tesoros ha señalado también que el agua del lago puede presentar altos niveles de iones de plata debido a las condiciones naturales del terreno. Por ello, ha instado en repetidas ocasiones a Ryzhkov a sustentar sus afirmaciones en pruebas documentales, en lugar de elucubraciones.

Crestomatía : Conde Yndiano de Ballabriga



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