Antonio
Pozo Indiano
Según las crónicas del ejército francés,
en 1812 toneladas de riquezas fueron arrojadas a un lago ubicado en Smolensk
ante la presión que el contingente ruso ejercía sobre las tropas galas en
retirada.
«Desde Gjatz hasta Mikalewska, un pueblo entre Dorogobouje y Smolensk, no ocurrió nada notable en la columna
imperial. Aunque fue necesario arrojar los despojos de Moscú en el lago Semlewo: cañones, armaduras góticas,
los ornamentos del Kremlin y la cruz de Iván el Grande quedaron hundidas en sus
aguas». Con estas palabras explicaba el general francés Philippe Paul de Ségur en sus crónicas
cómo la «Grande Armée» se vio obligada a tirar en 1812
todas las riquezas que había saqueado durante la campaña de Rusia para poder
escapar de sus perseguidores. Por desgracia para los soldados galos ir más
ligeros de equipaje no les salvó del frío, el hambre y las enfermedades. Enemigos
que fueron más letales en su huida que los propios rusos.
Pero
estos «ornamentos» no fueron los únicos que tuvieron que lanzar al lago.
Según Philippe Paul de Ségur también
acabaron en el fondo de aquel lago «trofeos», «glorias» y, en general, «todas esas adquisiciones
por las que habíamos sacrificado todo». Objetos cuyo peso se convirtió «en una
carga para nosotros». «Nuestro objetivo no era ya embellecer, adornar la
vida... sino preservarla», añadía el oficial en sus crónicas. Para el francés
desprenderse de aquello fue doloroso, pero necesario. «En este vasto naufragio,
el ejército, como una gran nave lanzada por las más tempestuosas de las
tempestades, arrojó sin vacilación, en ese
mar de hielo y nieve, todo lo que pudiera debilitar o impedir su progreso»,
finalizó.
Según
los historiadores, aquel tesoro hundido en el lago Semlewo (en Smolensk, al oeste de Rusia) incluía además desde
joyas, hasta diamantes y perlas. Así lo corrobora también el general
francés Louis Joseph Vionnet en
sus memorias sobre la contienda (« With Napoleon's Guard in Russia:
The Memoirs of Major Vionnet, 1812», en su versión inglesa). En las
mismas recuerda que, mientras exploraban las ciudades, «el ejército de Napoleón
recogió todos los diamantes, perlas, oro y plata de la catedral» de Moscú y
habla de la misma «cruz de la catedral de San Basilio» a la que Philippe Paul
de Ségur hace referencia en sus escritos. Por lo tanto, parece que el saqueo
fue tan real como los más de 250.000 muertos que costó la campaña rusa.
Igual
de verdad es que todas aquellas riquezas fueron embaladas para transportarlas,
durante la huida, hasta « la France». Algo que admite
el mismo Vionnet en sus memorias: «Así fue como Napoleón recogió todos los
trofeos que se pudieron encontrar en el Kremlin y los cargó en unos vagones».
Lo que se desconoce a día de hoy es qué sucedió con este gigantesco tesoro de,
según creen los historiadores, unas 80 toneladas de peso.
¿Dónde fue a parar? ¿Qué ha sido de él? Tal y como explica la cadena BBC, desde
hace 200 años cientos de personas han tratado de encontrarlo buscando a lo
largo y ancho del lago ruso. Y todas ellas han obtenido la absoluta nada a
cambio.
Hasta
ahora, al menos. Y es que, un investigador ruso llamado Viacheslav Ryzhkov afirmó la semana pasada
que ha resulto, al fin, el enigma del oro perdido de Napoleón. En sus palabras,
«los cazadores de tesoros han estado buscando en el lugar equivocado». Tal y
como desveló al diario local «Rabochy Put que»
deberían centrar sus esfuerzos en la ciudad de Rudnya, cerca de la frontera con
Bielorrusia y apenas a 200 kilómetros de Semlewo. El también historiador, sin
embargo, no niega que la teoría del lago sea creíble, ya que afirma que se sabe
a ciencia cierta que la «Grande Armée» abandonó una gran cantidad de armas y
munición en esta región. Con todo, cree que después de dos siglos es el momento
de asumir que puede hallarse en otro lugar.
Campaña rusa
Este
supuesto tesoro fue de los pocos premios que pudieron haberse llevado los
soldados de Napoleón de su campaña rusa. La aventura había empezado en 1812,
cuando Bonaparte envió a 675.000 hombres de su ejército hacia la gélida estepa
del este. En principio la idea era evitar que Alejandro I atacase Polonia, pero a la postre
aquel movimiento se tornó en un ataque hacia el corazón de Rusia. Un error
fatal, como ya había predicho el zar en una carta enviada a principios del año
anterior: «El francés es valiente, pero las prolongadas privaciones y el mal
clima le desgastarán y le desanimarán. Nuestro clima y nuestro invierno
lucharán de nuestro lado». La razón estaba de su lado, aunque el «Pequeño Corso» lo desconocía.
Tras
varios meses de lucha, Bonaparte avanzó sobre la mismísima capital del país.
Aquella que los oficiales defensores pensaban que jamás se doblegaría a sus
deseos. «Napoleón es un torrente, pero Moscú es la esponja que le absorberá»,
llegó a decir el príncipe Mijaíl Kutúzov cuando
vio a los galos frente a la urbe. Estaba equivocado. Ante el imparable avance
francés, la ciudad fue abandonada en un éxodo masivo, pues apenas se quedaron
15.000 habitantes de un total de 250.000. El 13 de septiembre una pequeña
comitiva le entregó, literalmente, las llaves al Emperador. La «Grande Armée»
avanzó entonces decidida al grito de «¡Moscú! ¡Moscú!» para obtener su premio
final. Napoleón, por su parte, se limitó a gruñir una sencilla frase: «Allí, al fin, está la famosa ciudad: ¡ya era hora!».
Napoleón
entró en Moscú durante la mañana del 15 de septiembre y
se instaló, como su condición de Emperador le acreditaba, en el Kremlin.
Aunque, eso sí, después de comprobar que no hubiese minas. «La ciudad es tan
grande como París y dispone de todo», escribió a Josefina. A pesar de los
incendios provocados por los rusos, el «Pequeño Corso» dio, tal y como el mismo
dijo, «el asunto por terminado». Para él, la guerra había acabado en ese
momento. Un craso error ya que, aunque gloriosa, la urbe no estaba preparada
para albergar las 100.000 almas que traía consigo Bonaparte. Según narra el
historiador Andrew Roberts en « Napoleón, una vida», a los pocas semanas hubo que recurrir a los muebles
para hacer fogatas con las que calentarse y «los soldados subsistían gracias a
la carne podrida de caballo».
Saqueo en Rusia
Pero
ni el frío, ni el hambre, ni los peligrosos incendios que los rusos habían
provocado durante los primeros días evitaron que los soldados saquearan hasta
el último rincón de Moscú. La rapiña llevó a cientos de soldados a la muerte.
Se contaron por decenas los combatientes que arriesgaron (y perdieron) la vida
para poder llevarse una reliquia más a casa. Y todo porque, en palabras del
mismo Napoleón, se «empeñaban en saquear en medio de las llamas». «Cuando los
moscovitas limpiaron la ciudad tras la marcha de los franceses, encontraron los restos calcinados de 12.000 hombres y más de 12.500 caballos»,
desvela Roberts en su concienzudo libro.
Philippe
Paul de Ségur dejó constancia de ello en sus memorias: «Napoleón permitió el
saqueo […]. Todos los soldados estaban dispuestos a luchar por las reliquias de
Moscú». Vionnet también fue otro que desveló la rapiña en sus crónicas.
«Mientras que yo exploraba la ciudad, el ejército de Napoleón recogió todos
los diamantes, perlas, oro y plata de
la catedral», añadía. En palabras de Roberts, el robo fue de tal calibre cuando
abandonó la ciudad el contingente sumó a sus filas unos «40.000 vehículos
atestados con el fruto de un mes de saqueo» que decidieron cargar «en lugar de
transportar provisiones». Pero, para entonces, los rusos ya habían empezado un
contraataque que obligó a Napoleón a comenzar su retirada el 18 de octubre.
Así
fue como, tras varios meses de luchas y avanzar sobre la misma Moscú, esta
«Grande Armée» no tuvo más remedio que iniciar una retirada masiva en la que
las enfermedades y el frío terminaron condenando a miles de combatientes. El
objetivo era llegar al cuartel general de Smolensk,
región ubicada al oeste del país y donde se encuentra el lago Semlewo. A los combatientes les habían prometido
que en aquella ciudad podrían recuperar fuerzas para continuar hacia casa. Pero
la realidad era que, para entonces, el caos y la desconfianza cundían entre
todos los hombres. Características que retrasaban mucho al contingente.
Así lo recordaba Philippe Paul de Ségur:
«A
partir de ese día comenzamos a confiar menos los unos en otros. […] El
desaliento y el abandono de la disciplina se propagaron rápidamente […]. De
aquí en adelante, en cada campamento, en cada camino difícil, en cada momento,
alguna unidad se separó de las tropas organizadas y cayó en el desorden. Sin
embargo, hubo algunos que resistieron este amplio contagio de indisciplina y
desaliento. […] Estos eran hombres extraordinarios: se animaban mutuamente
repitiendo el nombre de Smolensk, a donde sabían que se estaban acercando, y
dónde les habían prometido que todas sus necesidades deberían ser suplidas».
«El ejército arrojó sin vacilación,
en ese mar de hielo y nieve, todo lo que pudiera debilitar o impedir su
progreso»
Para
entender el miedo que sentían los soldados a que los rusos acabasen con ellos
no hay más que leer la misiva urgente que el propio Napoleón Bonaparte envió a uno de sus
mariscales poco antes de pisar Smolensk el 9 de noviembre. En ella, le instaba
a llevar a cabo un ataque desesperado para evitar el desastre y que los apenas
40.000 hombres que todavía no habían fallecido pudieran sobrevivir: «En unos
días podrías tener la retaguardia invadida de cosacos; el ejército y el Emperador estarán mañana
en Smolensk, pero agotados tras una marcha sin descanso de 120 ligas. Toma la
ofensiva, de eso depende la salvación de los ejércitos; cada día de retraso es
una calamidad. La caballería va a pie, el frío ha matado a todos los caballos.
Marcha, es la orden que dan el Emperador y la necesidad».
Fue en Smolensk donde, según Philippe Paul
de Ségur, Napoleón ordenó a sus soldados que tiraran todas las riquezas al lago
Semlewo.
«Desde
Gjatz hasta Mikalewska, un pueblo entre Dorogobouje y Smolensk, no ocurrió nada
notable en la columna imperial. Aunque fue necesario arrojar los despojos de
Moscú en el lago Semlewo: cañones, armaduras góticas, los ornamentos del
Kremlin y la cruz de Iván el Grande quedaron hundidas en sus aguas. Trofeos,
glorias y todas esas adquisiciones por las que habíamos sacrificado todo se
convirtieron en una carga para nosotros. Nuestro objetivo no era ya embellecer,
adornar la vida... sino preservarla. En este vasto naufragio, el ejército, como
una gran nave lanzada por las más tempestuosas de las tempestades, arrojó sin
vacilación, en ese mar de hielo y nieve, todo lo que pudiera debilitar o
impedir su progreso».
Nueva teoría
Hasta
ahora, los cazadores de tesoros se habían basado en los textos de Philippe Paul
de Ségur para buscar los restos de este presunto tesoro en Smolensk. Sin
embargo, desde que comenzaron las pesquisas allá por 1830, no ha habido éxito
alguno. Por ello, Ryzhkov baraja la posibilidad de que el relato del oficial
fuera una cortina de humo. Un engaño que buscara desviar la atención del lugar
de reposo verdadero del tesoro perdido de Napoleón. Su teoría, que ha saltado a
los medios de comunicación hace apenas una semana, afirma que el corso envió un
convoy hasta el lago Semlewo para que hiciera las veces de señuelo mientras el
verdadero se escabullía hacia el sur y dejaba las riquezas en Bolshaya Rutavech.
Ryzhkov
apoya su teoría en varios relatos locales que citan la existencia de un convoy
en la ciudad durante la retirada de los soldados de Napoleón y un análisis del
agua del lago que se llevó a cabo en 1989 y que demuestra una cantidad inusual
de iones de plata. Sobre esta base, afirma que Napoleón ordenó a sus ingenieros
construir una «cripta submarina» en la que
dejar las riquezas hasta su posible regreso. «Con el equipo y los especialistas
adecuados, podemos salvar el tesoro y sacarlo del fondo del lago», ha afirmado
el experto en declaraciones a medios locales.
Pero
no todos están de acuerdo con esta teoría. El veterano cazador de tesoros Vladimir Poryvayev, experto en el oro de Napoleón,
ha señalado a los medios de comunicación que esta teoría debe ser rechazada. En
primer lugar, ha cargado contra la idea de que Bonaparte pudiera dividir su
convoy en dos y utilizar una parte como señuelo mientras huía. «Es mera
ficción. Durante siglos, los historiadores y los archivistas han documentado el
progreso diario de Napoleón en la campaña rusa. Es muy difícil que pudiera
abandonar su ejército y llevarse con él un trozo de este “tren del oro” de 400
carros tirados por caballos», ha señalado.
Y
otro tanto ha hecho con la posibilidad de que fuera llevado hasta Bolshaya Rutavech. «Es pura fantasía. Es imposible
que pudiera construir una impresionante presa con unos pocos cientos de
soldados de caballería en apenas unos días y, luego, levantar una “cripta
subterránea” para esconder el tesoro. ¿Acaso tenían equipo de buceo?», ha
señalado. En este sentido, el cazador de tesoros ha señalado también que el
agua del lago puede presentar altos niveles de iones de plata debido a las
condiciones naturales del terreno. Por ello, ha instado en repetidas ocasiones
a Ryzhkov a sustentar sus afirmaciones en pruebas documentales, en lugar de
elucubraciones.
Crestomatía
: Conde Yndiano de Ballabriga
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