Antonio
Pozo Indiano
Juan
Martínez Montañés (Alcalá la Real 1568- Sevilla 1649), figura determinante en
la historia española de la escultura en madera policromada y cabeza de la
escuela barroca andaluza.
Martínez
Montañés pasa su niñez, junto con su familia, en Jaén, ciudad que abandonó
pronto para comenzar sus estudios en Granada, lugar ideal para encontrar
maestros escultores ya que era considerada la segunda ciudad andaluza más
importante del momento. Allí queda bajo la supervisión de Pablo de Rojas de
quien, se ha dicho, hereda la serenidad y el equilibrio en sus figuras. Pronto
acaba la formación y decide trasladarse, hacia 1582, a Sevilla donde llegó a
desarrollar la mayor parte de su obra.
Gracias
a las crónicas sabemos que en la ciudad hispalense entra en contacto con
maestros como Gaspar Núñez Delgado, Andrés de Ocampo y Jerónimo Hernández de
quienes terminará de aprender en un ambiente de inigualables posibilidades:
Sevilla era por entonces el centro de la vida andaluza y lugar de conexión con
el otro lado del Atlántico, lo que estimulaba un trasiego constante de
personas, dinero, ideas y artistas.
Los
encargos se multiplicaban y es que fue América un lugar al que se exportaron
cientos de obras religiosas, tema que Martínez Montañés adoptará como suyo en
poco tiempo. Gracias al afán de expansionismo religioso, de entre otros la
Compañía de Jesús, las obras de Montañés fueron rápidamente conocidas en las
colonias. Hasta allí envió decenas de ellas de las que hoy aún tenemos
conocimiento. Así ocurre con el Retablo de la Concepción de Lima, obra del
español.
Monumento a Juan Martínez Montañés en Sevilla
Tras
unos años de aprendizaje, quizá hacia 1588, pone en marcha la escuela andaluza
de escultura barroca, con unas características muy distintas a las llevadas a
cabo en Castilla, gran foco cultural y artístico pero que, según el alcalaíno,
quedaban lejos de la nueva visión de esperanza que debía mostrar el proceso
contrareformista iniciado por la Iglesia con el fin de devolver a la religión
el lugar preponderante del que había gozado durante cientos de años. Por ello
Martínez Montañés ideó un arte al servicio de la religión, retomando el fin
didáctico que debía tener el oficio y el compromiso que debían mostrar los
artistas.
Esta
excepcional conexión con el arte y el fiel lo muestra claramente en la más
impresionante de sus obras, el Cristo Crucificado o Cristo de la Clemencia,
conservado en la catedral de Sevilla. La figura, con su mirada, sigue al
creyente.
La
persona que se sitúa debajo de él siempre advierte la mirada de la escultura
que, lejos de transmitir el patetismo y el dolor tan comunes en otras
esculturas renacentistas y barrocas, conmueve, busca una complicidad entre
ambos y no la tragedia o el perdón.
Con el
Cristo, al artista muestra igualmente un perfecto conocimiento del cuerpo
humano, pretendiendo acentuar el realismo de la figura, representando los
músculos, las venas, una contorsión propia de la crucifixión que, a diferencia
del Renacimiento, se produce con cuatro clavos.
De
increíble serenidad, y ubicada en la misma catedral que la talla anterior, es
su Inmaculada Concepción, llamada cariñosamente por los sevillanos "la
cieguecita". De porte sencillo, posee una belleza atemporal, de severo
clasicismo, una postura dinámica, levemente inclinada, en actitud de
contraposto, copiando las formas del "Cinquecento" italiano.
A pesar
de lo religioso de su obra, Martínez Montañés creó- en 1618- un solo paso de
procesiones: el Cristo de la Pasión, figura venerada en la Iglesia del Divino
Salvador.
Mucho más
del gusto del escultor fueron los relieves y retablos como el realizado para el
Convento de Santa Clara en 1621, compuesto por un cuerpo central- donde las
figuras son sencillas pero transmiten grandeza, monumentalidad- y cuatro
laterales.
Del
mismo maestro es El San Cristóbal de El Salvador de Sevilla o el retablo mayor
del Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, encargado en 1609,
donde eligió- ayudado por distintos discípulos- representar distintos momentos
de la vida de Cristo. El retablo se encuentra franqueado por las estatuas
orantes de los fundadores del monasterio: Alonso Pérez de Guzmán y María Alonso
Coronal, ambos del mismo autor, igual que un segundo retablo, mucho menor en
tamaño, situado en el Oratorio.
Aunque
distintos en forma y temática, todos los retablos, que se cuentan por decenas,
comparten una perfecta combinación, siempre con un ojo puesto en Italia, entre
lo místico y lo real, bajo elementos que muestran un gran conocimiento sobre
estructuras, el cuerpo humano, el misticismo, así como en el arte de la pintura
y la arquitectura.
Por
último debemos apuntar que Montañés no trabajó sólo la madera sino también el
marfil con una serie de bellas figuras infantiles donde es posible palpar la
graciosa ingenuidad de los bebes. Esto ocurre en el Niño Jesús bendiciendo del
Sagrario de Sevilla; y en barro, material en el que modeló el busto encargado
de Felipe IV y que junto al cuadro ecuestre de Velázquez debían de servir de
modelo a la obra de Pietro Tacca, que aún hoy es posible admirar en la céntrica
Plaza de Oriente de Madrid.
Fue,
gracias a este encargo real, por lo que Martínez es retratado -mientras
trabajaba- por Velázquez. El encuentro entre ambos genios se produce a
consecuencia del viaje del andaluz a Madrid, y puede reflejar la importancia
que Montañés pudo llegar a tener en la España del siglo XVII.
Juan de
Mesa fue el mejor y el más conocido de sus discípulos aunque hubo otros muchos
como Alonso Cano.
(Autora del artículo/colaboradora de
ARTEESPAÑA:
Ana Molina Reguilón)
Ana Molina Reguilón)
Crestomatía : Antonio Pozo Indiano
Fotos de Nuestro Padre Jesús de la Pasión , Iglesia
del Salvador de Sevilla.
Partida de Bautismo
de Juan Martínez Montañés, iglesia de las Angustias de Alcalá la Real -
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