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Conde Indiano

lunes, 7 de enero de 2019

Un Genio de la escultura, el Andaluz Juan Martínez Montañés





Antonio Pozo Indiano

Juan Martínez Montañés (Alcalá la Real 1568- Sevilla 1649), figura determinante en la historia española de la escultura en madera policromada y cabeza de la escuela barroca andaluza.
Martínez Montañés pasa su niñez, junto con su familia, en Jaén, ciudad que abandonó pronto para comenzar sus estudios en Granada, lugar ideal para encontrar maestros escultores ya que era considerada la segunda ciudad andaluza más importante del momento. Allí queda bajo la supervisión de Pablo de Rojas de quien, se ha dicho, hereda la serenidad y el equilibrio en sus figuras. Pronto acaba la formación y decide trasladarse, hacia 1582, a Sevilla donde llegó a desarrollar la mayor parte de su obra.
Gracias a las crónicas sabemos que en la ciudad hispalense entra en contacto con maestros como Gaspar Núñez Delgado, Andrés de Ocampo y Jerónimo Hernández de quienes terminará de aprender en un ambiente de inigualables posibilidades: Sevilla era por entonces el centro de la vida andaluza y lugar de conexión con el otro lado del Atlántico, lo que estimulaba un trasiego constante de personas, dinero, ideas y artistas.
Los encargos se multiplicaban y es que fue América un lugar al que se exportaron cientos de obras religiosas, tema que Martínez Montañés adoptará como suyo en poco tiempo. Gracias al afán de expansionismo religioso, de entre otros la Compañía de Jesús, las obras de Montañés fueron rápidamente conocidas en las colonias. Hasta allí envió decenas de ellas de las que hoy aún tenemos conocimiento. Así ocurre con el Retablo de la Concepción de Lima, obra del español.


Monumento a Juan Martínez Montañés en Sevilla


Tras unos años de aprendizaje, quizá hacia 1588, pone en marcha la escuela andaluza de escultura barroca, con unas características muy distintas a las llevadas a cabo en Castilla, gran foco cultural y artístico pero que, según el alcalaíno, quedaban lejos de la nueva visión de esperanza que debía mostrar el proceso contrareformista iniciado por la Iglesia con el fin de devolver a la religión el lugar preponderante del que había gozado durante cientos de años. Por ello Martínez Montañés ideó un arte al servicio de la religión, retomando el fin didáctico que debía tener el oficio y el compromiso que debían mostrar los artistas.

Esta excepcional conexión con el arte y el fiel lo muestra claramente en la más impresionante de sus obras, el Cristo Crucificado o Cristo de la Clemencia, conservado en la catedral de Sevilla. La figura, con su mirada, sigue al creyente.
La persona que se sitúa debajo de él siempre advierte la mirada de la escultura que, lejos de transmitir el patetismo y el dolor tan comunes en otras esculturas renacentistas y barrocas, conmueve, busca una complicidad entre ambos y no la tragedia o el perdón.
Con el Cristo, al artista muestra igualmente un perfecto conocimiento del cuerpo humano, pretendiendo acentuar el realismo de la figura, representando los músculos, las venas, una contorsión propia de la crucifixión que, a diferencia del Renacimiento, se produce con cuatro clavos.
De increíble serenidad, y ubicada en la misma catedral que la talla anterior, es su Inmaculada Concepción, llamada cariñosamente por los sevillanos "la cieguecita". De porte sencillo, posee una belleza atemporal, de severo clasicismo, una postura dinámica, levemente inclinada, en actitud de contraposto, copiando las formas del "Cinquecento" italiano.

A pesar de lo religioso de su obra, Martínez Montañés creó- en 1618- un solo paso de procesiones: el Cristo de la Pasión, figura venerada en la Iglesia del Divino Salvador.
Mucho más del gusto del escultor fueron los relieves y retablos como el realizado para el Convento de Santa Clara en 1621, compuesto por un cuerpo central- donde las figuras son sencillas pero transmiten grandeza, monumentalidad- y cuatro laterales.

Del mismo maestro es El San Cristóbal de El Salvador de Sevilla o el retablo mayor del Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, encargado en 1609, donde eligió- ayudado por distintos discípulos- representar distintos momentos de la vida de Cristo. El retablo se encuentra franqueado por las estatuas orantes de los fundadores del monasterio: Alonso Pérez de Guzmán y María Alonso Coronal, ambos del mismo autor, igual que un segundo retablo, mucho menor en tamaño, situado en el Oratorio.

Aunque distintos en forma y temática, todos los retablos, que se cuentan por decenas, comparten una perfecta combinación, siempre con un ojo puesto en Italia, entre lo místico y lo real, bajo elementos que muestran un gran conocimiento sobre estructuras, el cuerpo humano, el misticismo, así como en el arte de la pintura y la arquitectura.
Por último debemos apuntar que Montañés no trabajó sólo la madera sino también el marfil con una serie de bellas figuras infantiles donde es posible palpar la graciosa ingenuidad de los bebes. Esto ocurre en el Niño Jesús bendiciendo del Sagrario de Sevilla; y en barro, material en el que modeló el busto encargado de Felipe IV y que junto al cuadro ecuestre de Velázquez debían de servir de modelo a la obra de Pietro Tacca, que aún hoy es posible admirar en la céntrica Plaza de Oriente de Madrid.

Fue, gracias a este encargo real, por lo que Martínez es retratado -mientras trabajaba- por Velázquez. El encuentro entre ambos genios se produce a consecuencia del viaje del andaluz a Madrid, y puede reflejar la importancia que Montañés pudo llegar a tener en la España del siglo XVII.
Juan de Mesa fue el mejor y el más conocido de sus discípulos aunque hubo otros muchos como Alonso Cano.
(Autora del artículo/colaboradora de ARTEESPAÑA:
Ana Molina Reguilón)
Crestomatía : Antonio Pozo Indiano

Fotos de Nuestro Padre Jesús de la Pasión , Iglesia del Salvador de Sevilla.


















Partida de Bautismo de Juan Martínez Montañés, iglesia de las Angustias de Alcalá la Real -

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